PÁGINA DE LA SECCIÓN ESPAÑOLA DE LA SOCIEDAD INTERNACIONAL PHILIPP MAINLÄNDER
(INTERNATIONALE PHILIPP MAINLÄNDER GESELLSCHAFT)
VIDA DE PHILIPP MAINLÄNDER
DATOS TOMADOS DE LA "AUTOBIOGRAFÍA" MANUSCRITA DEL FILÓSOFO FRITZ SOMMERLAD, 1898
("Aus dem Leben Philipp Mainländers. Mitteilungen aus der handschriftlichen Selbstbiographie des Philosophen (1898)
Fritz Sommerlad
En: Winfried H. Müller-Seyfahrt
(Hrsg.)
Die modernen Pessimisten als décadents. Von Nietzsche zu Horstmann. Texte zur Rezeptionsgeschichte von Philipp Mainländers Philosophie der Erlösung
Königshausen & Neumann, Würzburg, 1993, pp. 93-113.
Traducidos por primera vez al español por: MANUEL PÉREZ CORNEJO, Viator
El autor de esa singular obra que es la Filosofía de la redención ha dejado entre sus papeles un informe resumido sobre su vida -desgraciadamente demasiado breve-, gracias al cual podemos lograr una extraordinaria proximidad a su peculiar personalidad. Como en esta biografía se pueden encontrar también claves, al menos parciales, para comprender la teoría filosófica de Mainländer, creo poder ofrecer un obsequio de bienvenida al lector que se acerque a esta revista, poniendo en su conocimiento los aspectos más relevantes de estas interesantes páginas, aprovechando el bondadoso permiso otorgado por el poseedor del legado póstumo del filósofo, el Sr. Georg Hübscher de Köln, actuar editor de la Filosofía de la redención.
Mainländer mismo había pensado en editar el diario; pero murió, y su hermana, que ha revisado y editado el segundo tomo de su principal obra, no llegó a publicar la biografía. Permanece la pregunta de si la totalidad de la misma sería adecuada para llegar a un amplio círculo de lectores, pues el mismo autor advierte al final: "Había motivos para reprocharle a esta historia de mi vida que en ella cuento algunas cosas que únicamente podrían interesarme a mí. Pido perdón por ello; pero no las he omitido, porque también la he escrito para mí." A sus seguidores, amigos y paisanos, ciertamente, les habría gustado conocer algunas particularidades de su vida, algunos pequeños rasgos de carácter, algunas descripciones del autor; yo puedo prescindir aquí de todo ello, pues su personalidad destaca clara y suficientemente, con toda su profundidad, magnitud y pureza.
A fin de no debilitar la impresión que causa el original, dejaré, en la medida de lo posible, que el autor hable por sí mismo. Prescindiré también por completo de hacer una descripción del carácter de mi paisano, limitándome a la modesta labor de un simple comunicador.
Daré, en primer lugar, una breve panorámica externa del curso vital de nuestro filósofo.
Philipp Batz (pues éste era su auténtico nombre) nació el 5 de octubre de 1841 en Offenbach am Main. Era el más joven de cinco hermanos, tres varones y dos mujeres. Su primera educación la recibió en la Escuela Secundaria de Offenbach. En 1856, ingresó en la Escuela de comercio de Dresde. El 1 de junio de 1858 viajó a Italia, pasando por Francia, para ocupar una plaza en una Casa comercial de Nápoles, donde pasó aproximadamente cinco años. Retornó a Offenbach y trabajó en los negocios de su padre. En 1868, marchó a Berlín, donde encontró empleo en la Casa Martin Magnus. En 1872 abandonó Berlín, volvió a Offfenbach, y luego asumió un nuevo empleo en Berlín. En 1874 completó en Offenbach su obra principal, e ingresó como voluntario en los Coraceros de Halberstadt. Vuelto a Offenbach, concluyó el segundo tomo de su obra el 1 de noviembre de 1875, y se quitó la vida a finales de marzo de 1876.
Mainländer era consciente de que por ascendencia y nacimiento había recibido algo que más tarde le pondría en contradicción con el mundo que le rodeaba. En su biografía echa un vistazo a la "Sala de los antepasados", y dedica algunas líneas sobre su "vida anterior al nacimiento". Para explicar algunas de sus diversas cualidades, utiliza, con algunas variaciones, los conocidos versos de Goethe:
"Su padre le dio un corazón bueno,
capaz de mostrar hacia hombres y animales compasión;
de la madre recibió una vena melancólica
y el placer de especular.
El abuelo estaba lleno de salvaje orgullo,
que de vez en cuando se atrevía en él a brotar;
y de la abuela heredó la vena mística,
que sus miembros hacía palpitar."
El origen de su doctrina de la redención del mundo mediante la "virginidad" se ve esclarecido por el dato que nos comunica Mainländer de que su abuela por parte matera, impulsada por relaciones formales, se casó sin estar enamorada. Sobre este asunto nos dice: "Concedo un gran peso a esta última circunstancia; pues sólo así me resulta claro un rasgo fundamental del carácter de mi madre. Ella fue con grandes reparos al matrimonio, y permaneció dentro de él con un recato y castidad más propios de una doncella que de una mujer." De su abuela, dice que, habiendo visto por última vez a su primer amado, un oficial francés, cayó en una tranquila apatía; se entregó, despues, con toda su alma a la fe, y ésta operó en ella paulatinamente una gran introversión, hasta que su sobreexcitada vida espiritual irrumpió en el océano del misticismo y la contemplación visionaria.
También nos transmite un rasgo parecido de su madre: "De muchacha -dice- era la más bella de Offenbach. Era una mujer genial; pero el rutilante diamante que conteía su cráneo permaneció sin pulir, y la perla de su cabeza no fue cuidadosamente purificada durante su juventud. Si esta destacada inteligencia, si esta maravillosa fantasía hubiesen sido fecundadas por el arte y la ciencia, habría aparecido una poetisa, cuya fama habría sido equiparable a la de Safo o Corinna".
Como se dijo anteriormente, también ella fue llevada contra su voluntad al matrimonio. Mainländer observa, al comunicarnos este punto, que lo hace sólo por interés "científico", con la misma repugnancia que se deja el cuerpo de un fallecido al que queríamos en manos de los médicos para que le hagan la autopsia. "La doncella se ocultaba como mujer, por así decirlo, tras un segundo velo impenetrable; al velo instintivo, se unió el velo de la reflexión. Debieron tener lugar luchas terribles bajo los auspicios contrarios de los planetas, lucha que sólo se me ocurre comparar con los grandiosos esbozos de Kaulbach titulados La producción del vapor. Todos nosotros portamos la marca de un salvaje conflicto. No somos hijos del amor, sino de una violación, bajo el disfraz del matrimonio."
Su fervorosa madre, que se había entregado tranquilamente a Cristo, tras dar a luz dos hijos y dos hijas, pensaba que un nuevo parto la llevaría para siempre al manicomio. "Cuando sintió que iba a ser madre de nuevo, cayó en la más profunda melancolía: miraba fijamente con temor en la fría noche de la locura." Pero las previsiones de los médicos no se confirmaron, y dio a luz felizmente, aunque con dificultades, a su quinto hijo: Philipp.
Sobre el abuelo y el padre Mainländer dice poco, a saber: que recordaba a su abuelo como "un anciano de cabellos grises, plateados y de amables ojos azules." Según decían sus conocidos, era un hombre dulce, tolerante, atento, cortés, sensible, cordial...; precisamente lo contrario de su abuelo por parte materna, "el viejo Heim", un hobre fogoso, salvaje e irascible. Era platero, y de él heredó su hijo "su buen corazón y el sentido completo de las formas." De los hermanos de Mainländer, hay que destacar a un hermano, dotado de talento, fogoso, lleno de sensibilidad y fantasía, y una hermana dotada también de elevadas cualidades, y que fue la editora del segundo tomo de la Filosofía de la redención, además de ser su ayudante y colaboradora intelectual. Más tarde, ella también se suicidaría.
El padre había destinado primeramente al muchacho a ser químico, y después comerciante. Por consejo de Gutzkow, que era amigo de la famlia, Mainländer viajó a Dresde, para ingresar en su Escuela de Comercio. Allí vivió en la pensión del Profesor Dr. Helbig, director de la Kreuz Schule, hacia quien su pupiló guardó siempre una veneración ilimitada. Mainländer dice de él: "¡Cómo he venerado la acción del Destino, que me condujo hasta este hombre excelente. Cuando descubrió en mí la excitación del impulso hacia el saber, me tomó con su mano fiel, y me dirigió siguiendo un plan bien meditado, hacia el universo espiritual. No era un profesor del montón, como dice Jean Paul, que da la bebida antes de tener sed. Concedió a mi joven alma horas de sosiego. No me dejó entrar antes de tiempo con órganos inmaduros en el gran reino de las verdad y la belleza, y me preparó cuidadosamente para el 'gran año'". Helbig quería conseguir que el padre le permitiese cambiar de profesión a su hijo, pero el viejo Batz no accedió. Mainländer se muestra satisfecho de ello, como lo demuestra este destacado pasaje: "Por lo demás, también me parece venerable en este punto el decreto del Destino. Apoyado en un fundamento mucho más firme, me he ilustrado más tarde, y he ido mucho más lejos de lo que me hubiesen podido llevar todas las universidades del mundo. Además, he visto el mundo con ojos de comerciante, lo que me ha permitido lograr la amplia mirada de un hombre de mundo y permanecer a salvo del mefítico hálito de los profesores de filosofía y de esa seca erudición gusanesca, rayana en la pedantería, como solía decir desdeñosamente Heráclito.
La educación estética la adquirió a través de las lecciones del profesor Hettners sobre arte y estética, y además mediante una asidua asistencia a la Galería [de Dresde, N. T.], y a los teatros. En la Escuela de Comercio honró especialmente la figura del Dr. Odermann. "Si en vez de la Escuela de Comercio -dice Mainländer- hubiese llegado a una aburrida tienda comercial, en lugar de haber llegado a ser un filósofo ilustrado, me habría convertido en un confuso profeta, un santo estrafalario. De Dresde traje alimento y acicate para mi fantasía, y un ojo claro y avizor, que se fija una meta, y no la abandona, hasta haberla alcanzado."
Sobre el influjo de Gutzkow, conocido de la familia, como queda dicho, nos dice lo siguiente: "Tuve trato con el espíritu brusco y negativo de Gutzkow, cuya estrella brillaba por entonces de manera rutilante, aunque sólo en raras ocasiones, cosa de la que solamente yo tuve la culpa, pues encontré siempre la más cordial acogida en la segunda mujer de Gutzkow, que era originaria de Frankfurt, y por tanto una amabilísima y estimulante compatriota; y el "coloso" siempre se mostró condescendiente con el destacado alumno de la Escuela de Comercio; de manera que siempre me volvía con una suma de estímulos y acicates para mi espiritu. Debo de admitir abiertamente que la petulancia mostrada por Gutzkow ante otras personas (no frente a mí) me daba miedo, y a menudo me daba la vuelta, nada más llegar ante su puerta. Quien lo haya visto y conocido alguna vez, me dará sin duda la razón."
Durante su estancia en Dresde, escribió Mainländer un drama, Tarik (que aún se encuentra entre sus papeles), del que dice que "carece, desde luego, de cualquier valor poético", pero que constituye un interesante y elocuente testimonio de su temprana lucha entre la duda y la fe, y nos da testimonio de su acendrada y muy temprana tolerancia "lessinguiana" en asuntos de fe.
En 1858 ocupó un puesto en Nápoles, después de asaltar a su dulde madre con insistentes ruegos para que le dejase ir, hasta que "ella cedió finalmente, aunque con una tristeza mortal". El 1 de junio partió hacia Italia, que causó en él una indescriptible impresión. Durante los cinco años que duró su estancia allí llegó a sentirse casi italiano, y aprendió a conocer a fondo tanto el país como sus gentes. Dado que al principio llevaba una vida muy retirada, trabajaba por sí mismo al terminar su jornada laboral, aprendiendo italiano, el dialecto napolitano, y estudiando a Dante, Petrarca, Boccaccio, Ariosto, Tasso y Leopardi. "Quien más me atrajo fue Leopardi -nos dice. Cuando leí en su Biografía las palabras: "Quest'uomo... si portò intatto nel sepolcro il fiore della sua verginità" [Antonio Ranieri, Notizia intorno alla vita ed agli scritti di Giacomo Leopardi, N. T.], mi alma se estremeció. Hizo numerosas excursiones, y alli compuso una serie de poemas, la mayoría en versos de metro antiguo.
El año 1859 lo encabeza Mainländer con las siguientes palabras: "Ese año el amor que sentía en al alma hacia una muchacha de Offenbach fue sacudido hasta sus raíces, y mi corazón sufrió dos heridas mortales. Es verdad que ambas están cicatrizadas, pero aún duelen, de cuando en cuando. Mi alma lleva desde entonces un crespón negro, que con el tiempo fue haciéndose más oscuro." Supo que su hermano se había quitado la vida en Messina, tras haberle enviado una carta, en la que le había suplicado que viniese a recogerle, y una segunda en la que le decía que, como no había venido (las cartas llegaron con retraso a manos de Mainländer), había decidido darse muerte. Al mismo tiempo, supo que aquella muchacha a la que amaba en silencio se había prometido en matrimonio. Cayó, así, en una profunda angustia, y quiso alistarse como soldado, siguiendo una inclinación que ya era antigua en él, para buscar la muerte en el campo de batalla, pero la Paz de Villafranca se lo impidió. "Caí en una profunda melancolía, y solamente encontré consuelo en las maravillas de la naturaleza y la poesía." Más tarde, en busca de distracciones, ingresó en la "Liga Alemana", ayudó a fundar un círculo estético, en el que se leía, sobre todo, a los clásicos italianos, especialmente dramaturgos.
En 1860, por motivos de negocios, hizo un viaje de seis meses, que le llevó a visitar algunas de las regiones más bellas de Europa, y vio de nuevo a su familia. Por el camino leyó a Schopenhauer. ¿Cómo llegó a conocer sus escritos? Mainländer nos dice sobre este punto lo siguiente: "En el discurso de despedida, el Dr. Helbig me dijo: "Le prevengo, especialmente, frente a la filosofía. Deje que su vida adquiera realce y se embellezca, y que sus preocupaciones se las lleve el perfume de la flor y nata de la literatura poética de todos los tiempos y pueblos. Este es su campo, y para él tiene ímpetu y disposición; en cambio, evite la filosofía como la peste." ¡Pero no contaba con el demonio, ese demonio que habita en mí,que tenía su propia voluntad y se impuso! Llevaba seis meses escasos en Nápoles, cuando compré los escritos de Spinoza, que devoré vorazmente. El Tractatus politico-theologicus (sic), que está está escrito con enorme claridad y corrección, produjo en mí una revolución. Fue como si miles de velos hubiesen caído de mis ojos: la impenetrable niebla matutina se desvaneció, y vi salir un brillante sol. Tenía diecisiete años, y cuánto debí agradecer al poder del destino, que hizo que este tratado de aquel gran hombre hubiese sido el primer escrito filosófico que cayó en mis manos. Los puntos de vista de Spinoza sobre el derecho natural y el Estado pasaron a ser enseguida carne de mi carne y sangre de mi sangre, y cuando más tarde pasé a los lamentables parloteos de otros filósofos sobre las más importantes materias, ya estaba triplemente acorazado contra la mentira y la estupidez. La Ética no la entendí, pues era aún demasiado inmaduro para comprenderla. Pero leí a conciencia, línea tras línea, reflexionando todo cuidadosamente y despacio, dejando reposar a menudo el libro, para meditar horas sobre sus fases. Demoníaca e inconscientemente, sin embargo, ya algo se rebelaba por entonces intensamente en mi interior contra el panteísmo. Sentía que a mí nunca podría satisfacerme un Dios en el mundo. Esta aversión siguió trabajando silenciosamente en mí. La vida de Spinoza me entusiasmaba. Tomé a este hombre y su vida como ejemplo, y muy a menudo fue su modelo de auténtica filosofía práctica lo que me salvó de los más grandes peligros. Entonces, en febrero de 1860, llegó el día más grande y significativo de mi vida. Entré en una librería y hojeé los libros recién llegados de Leipzig. Entre ellos encontré El Mundo como voluntad y representación de Schopenhauer. ¿Schopenhauer? ¿Quién era Schopenhauer? No había oído ese nombre en mi vida. Hojeé la obra, y leí en ella sobre la negación de la voluntad de vivir, encontrando también numerosas citas que conocía, en un texto que me sumerge en un estado de ensoñación, que me lleva a olvidarme de todo lo que me rodea, hasta quedar absorto. Al final, digo: "¿Cuánto cuesta el libro?" "Seis ducados." "Aquí tiene el dinero". Cojo mi tesoro, y me precipito como un loco fuera del establecimiento, hasta llegar a casa, donde corto con prisa febril las páginas del primer tomo, y empiezo a leerlo desde el principio. El día estaba bien entrado, cuando terminé; había estado leyendo toda la noche, sin parar. Me levanté, y me sentí como renacido. Mi espíritu se sentía fecundado por algo muy diferente de lo que contiene el libro de Büchner Fuerza y materia, que había leído en Offenbach; y también se trataba de una obra muy diferente de El espíritu en la naturaleza, de Oersted, que reverencié durante mucho tiempo como la pura verdad. Me encontraba en un estado extraño. Presentía que había de entrar en la más íntima relación con este Schopenhauer, y que algo de inconmensurable significación había hecho acto de presencia en mi vida. ¿Y no era pura casualidad que hubiese trabado conocimiento con él? Si hubiese entrado solamente un cuarto de hora más tarde en la librería, no habría encontrado el libro, y entonces, ¿qué habría sido de mí? Me estremecía pensar en las consecuencias que habría tenido algo así para mí, y me figuraba qué habría pasado si hubiese estudiado a Hegel antes que Schopenhauer, precisamente entonces, cuando mi joven cerebro acogía tan fielmente cualquier impresión. Y el peligro había exitido, ya que había prometido por entonces a un querido amigo mío, discípulo entusiasta de Hegel, comprarme la Fenomenología del espíritu. Mas, aun siendo tan joven, y habiendo aprendido a reverenciar a Schopenhauer de una manera tan ilimitada, en el curso de la lectura ya había encontrado muchos puntos que suscitaban mi oposición. Sus puntos de vista sobre política, apoyándome en Spinoza, me parecían penosos y ridículos. Su semi-monismo lo juzgué instintivamente falto de claridad espiritual; por contra, me atuve con plena y clara convicción a sus declaraciones sobre la individualidad, que me satisfacieron profundamente y tocaron mi vena filosófica, que por entonces estaba construyéndose. Durante el viaje, leí el libro dos veces. Fue mi Palas Atenea, e hizo que mi viaje valiese la pena. ¡Cuántas cosas habría pasado por alto, sin participar de ellas, y en cuantas simas habría caído, en las que habría encontrado las Euménides para toda mi vida. si no hubiese sido por él! Cuando hube retornado de Italia, seguí estudiando con aplicación a Schopenhauer. Me había comprado todos sus inmortales escritos, y los había grabado en mi espíritu, para que actuasen allí como fermento. Pero aún no había llegado el tiempo de realizar un trabajo filosófico independiente. No tomé ni un apunte para mí. Estaba de acuerdo con muchos puntos de vista del gran hombre, mientras que otros muchos suscitaban en mí la más encendida oposición; pero todo permanecía en mi cabeza, y no pasó al papel."
Entretanto, el joven filósofo ya no vivía tan retirado como antes; era un ferviente miembro del Club de Remo alemán, participaba en una sociedad republicana, basante activa en el terreno político y estético, que tenía el inquietante nombre de Los Bandidos, y también en excursiones, juergas y placenteros bailes, sin hacer en absoluto el papel de aguafiestas. A finales del año 1862, preparó un viaje a Roma, que debía poner fin a su estancia en Italia. Tener que abandonar aquella bella tierra le deprimió mucho por entonces, pero más tarde lo consideró como algo ventajoso. Transcribiré aquí las palabras que nos dice sobre todo ello, que prueban su profundo sentimiento patriótico, al que ha prestado voz en su obra, especialmente en el segundo tomo: "Bendigo mi destino, que me ha arrebatado del Jardín de Armida. Pues, si hubiese permanecido allí, ¿qué seria yo ahora? Seguramente uno de esos tristes compatriotas que ya no tienen patria alguna, y que, sucumbiendo al encanto de Italia, no no son ni auténticos italianos ni auténticos alemanes. Si vuelven a Alemania, todo lo ven mal, porque ya no tienen un punto de vista adecuado para nada; han perdido una de las más preciosas joyas que puede poseer el hombre: un ardiente amor a la patria. Burlaos, reíos vosotros, americano-alemanes, anglo-alemanes, italo-alemanes de esta grande y excelente Alemania, e imaginaos que sois los más sabios entre los sabios y los hombres más felices que pueden existir; yo no me cambio por ninguno de vosotros, ni por todo el oro del mundo; no abandono la sagrada tierra donde nací y cuyas alegrías me amamantaron; allí está mi sitio y mi Paraíso, en el "seno del Estado". Pobres de vosotros, que preferís la bienaventuranza del azulado golfo de Nápoles, o la libertad sin cadenas de los Estados Unidos, al confiado trato con vuestra madre, bella y dulce, aunque no exenta de errores; vosotros, soñadores ingenuos, que llamáis a todo el mundo vuestra patria, olvidáis que sólo puede actuar en pro de la humanidad aquel que tiene un firme fundamento nacional, y es en la reducida tierra donde estuvo su cuna donde puede, a veces, soñar." Y se despidió de su querido Napóles con estas palabras: "Tampoco quiero volver a ver Nápoles. Si lo viera, mi recuerdo perdería su brillo: sería como una mariposa que ha perdido el delicado polvo de sus alas. La impresión del ojo juvenil no debe retocarla la impresión del hombre adulto. Tú, sagrado sueño de mi más bello tiempo de juventud, debes brillar intacto y casto, con toda tu pureza y claridad ante mí, hasta mi última hora, como has brillado desde entonces en el santuario de mi alma".
Viajó, pues, hacia Roma (1863), que causó un poderoso efecto sobre él. Transcribo aquí un pequeño pasajo de la descripción que hace de esta estancia, con ocasión de su visita a la Iglesia de Santa Maria degli Angeli, donde vio la escultura de San Bruno y quedó arrobado ante ella: "Sé con total certeza -observa- que, si viviésemos en la Edad Media, me haría monje cartujo. La estatua personifica la encarnación misma de la santidad, de la paz del corazón, de la nostalgia de un mundo mejor. El cristianismo es la más pura revelación de Dios a través del corazón humano, la más pura revelación por la que aún ha de advenir el espíritu."
Partió hacia su patria. "Cuando Italia hubo desaparecido tras de mí, y miré hacia arriba hacia el salvaje valle de Reuss, me sobrecogió el sentimiento de que ya había pasado el tiempo en el que yo "jugaba feliz en en la brillante luz solar del buen Dios", y comenzaba la amarga lucha por la vida. Duró largo tiempo, hasta que la nostalgia fue vencida por la conciencia de que "así había de ser", y se despertó la confianza en mi fuerza. Y despertó poderosa: mi sangre saludó, ardorosa, el acre aire de la patria, enparentando con ella."
En casa vivió "como un preso", sin mantener relación alguna, casi sin salir de ella, manteniendo un trato cariñoso e íntimo con su doliente madre. " Se despertó en mí el estro estético, que el golfo azulado había revestido con dorados hilos encantadores." Aquí, desearía traer a colación un pasaje especialmente valioso para su "Política", y que refiere una conversación con su madre. Disputando, medio en broma con ella, le dijo: "Tú quieres ser una cristiana, y pendes aún con mil tupidas cuerdas del mundo: dinero, posesiones, apariencias, etc. Pero yo te digo que todas esas cuerdas han de cortarse por completo, si quieres seguir a tu Redentor. Quien quere seguirle, no puede mirar atrás; pues Él exige, incluso, que no quieras a tus hijos más que a Él; aún más: que ya no los quieras." "¡Mis hijos! -exclamó ella, echando chispas por los ojos, como una leona herida-: ¡Eso no lo exige Cristo ni podría exigirlo" "¡Sí, claro que sí! ¡Puedo probarlo a partir de sus palabras, y tú lo sabes tan bien como yo. Pero tú escondes la cabeza en la arena, como el avestruz, y no quieres verlo. Eres una pagana, una hija del mundo, una gran pecadora, e irás un día al infierno" ¿Y cuál fue la respuesta? "¡Si tuviese allí a mis hijos, estaría contenta!" Ya entonces -observa Mainländer- surgió en mí la convicción (aunque solamente como surge la espuma de una turbia marejada de pensamientos) de que el salvaje instinto del amor materno debería ser erradicado de la Humanidad, sies que la redención de dicha humanidad había de ser posible. "Cómo" hacerlo era algo, empero, que permanecía oscuro como la noche para mí."
Duras luchas y preocupaciones empezaron ahora para él, especialmente en relación con su familia: "Los caracteres muy apasionados se rozan y chocan, y mis manos de veintidós años debían dirigir mis fuerzas salvajes en una dirección. ¿Era yo un ángel? Nada de eso: yo tenía la misma sangre salvaje que bullía en todos: esa salvaje sangre nativa; pero a través de la educación y la formación filosófica logré ejercer un provechoso dominio sobre mí mismo. A menudo me encontraba ahí, pálido, tembloroso, con los puños cerrados, pero no salía ni una palabra de mis labios, mientras que los demás daban rienda suelta a su corazón. Esto me otorgó una gran superioridad."
A finales de 1863, el joven Mainländer se sintió entusiasmado por el asunto de Schleswig-Holstein, pero no se dejó instruir militarmente por los monitores de Offenbach, pues, como dice: "mi individualismo exigía imperiosamente seguir un camino solitario." A fin de no preocupar a su madre, aparentó querer aprender a esgrimir, pero, en lugar de eso, se dejó "ejercitar"· militarmente por un suboficial, al que le encargó expresamente no respetarle, pues no quería jugar. En 1864 compuso Los últimos Hohenstaufen. Durante sus últimos años de estancia en italia, se había ocupado especialmente de la historia alemana de la Edad Media, y el destino de los Hohenstaufen, en particular de los últimos: Enzio, Manfredo y Conradino, le atrajo mucho. Ya en Italia, en las noches de luna clara, y yendo de acá para allá sobre el suelo donde aquellos príncipes había luchado y padecido, había pergeñado la obra en su espíritu. El 4 de enero de 1864 "le besó la Musa", y escribió en un tiempo muy breve Enzio. El año Nuevo de 1865, terminó Manfredo, y en mayo de 1866 Conradino, con el que culminó felizmente el proyecto.
Mientras, "los granos filosóficos que habían caído sobre mí permanecieron en barbecho durante 1864 y 1865. De vez en cuando leía la obra de Schopenhauer, como lee alguien piadoso la Biblia: para fortalecerme. Tenía demasiadas preocupaciones, y el impulso poético había despertado excesivamente como para poder penetrar críticamente en la obra de Schopenhauer." Para ello era necesaria una terrible sacudida; y llegó: En 1865, al volver de un pequeño viaje por el Rhin, encontró a su madre moribunda. El día de su cumpleaños, ella expiró, a consecuencia de una dolencia que había contraído al nacer él. Advierte Mainländer al respecto: "¿hay alguna diferencia en el sentimiento del amor, en el entusiasmo del corazón? Desde luego que no. Las diferencias solamente existen en los motivos. en todos los motivos aque suscitan gran amor, siempre responde el corazón con la misma efusión, y es tan solo el contexto de tales motrivos lo que permite hablar de amor a los niños, amor sexual, amor a los progenitores, amor patriótico, amor cristiano, etc. Y así, sé que todo lo que he sentido frente al género femenino cayó y se elevó transfigurado en el sentimiento que me unió a mi madre. El recuerdo de ella constiuye mi matrimonio, un matrimonio indisoluble. Ella era mi madre, mi esposa, mi hija, en la significación ideal de estas palabras. Y si yo, visto desde fuera, puedo parecer como un joven solitario, tengo, no obstante, mujer e hija, ¡y qué mujer e hija!"
La muerte de su madre hizo que el vínculo que le ataba a sus deberes se hiciese aún más tenso. Llevó tres años más una vida de ermitaño, vagando de cuando en cuando por los campos y bosques de los alrededores. "¡Es un tipo raro!" decían, encogiendo los hombros, los buenos habitantes de Offenbach, cuando pasaba a toda prisa ante ellos. Cuando habla de la redacción de Conradino, señala: "Lo escribí ya con una clara conciencia de que para mí la poesía es solamente un medio para la filosofía, otra manera de expresarme." Los últimos Hohenstaufen eran para mí filosofía de la historia poética, una exposición de la ley histórica según la cual todo en la vida, igual que la vida misma, sólo representa un medio para alcanzar un fin querido por Dios. Una vez que el medio se ha agotado, el hálito divino lo sacude y lo aparta a un lado. La suerte de mi madre me llevó a salvar mil precipicios que se alzaban en mi camino, y me llevó más lejos que los veinticuatro años transcurridos de mi vida. Ahora ya no pasó ni un día en el que no reflexionase cuidadosamente sobre las palabras de Schopenhauer, a fin de subrayar mi oposición. La carpeta con las hojas sueltas, en las que iba desarrollando mi crítica, se iba llenando cada vez más, y mi principal obra comenzaba a adquirir contornos claros ante el ojo de mi espíritu. Me hice traer de Inglaterra el Manual del budismo de Hardy, así como su Monaquismo oriental, y me sumergí en el budismo. Al mismo tiempo, estudié los místicos alemanes de la Edad Media (El Francfortés, Tauler, Silesius), y la literatura alemana antigua, especialmente ese libro inconmensurablemente profundo: el Parzival del gran Wolfram."
En mitad de estos estudios, vieneron a perturbarle los sucesos del año 1866. Decidió ingresar en el ejército prusiano, y la súbita decisión del Consejo Real intensificó este deseo. A su deseo de llegar a ser soldado se añadió que en 1868 su padre vendió su fábrica, que Mainländer había dirigido desde hacía tiempo, con lo que quedó libre de obligaciones relacionadas con los negocios; pero, después de nuevos intentos fallidos de ingresar en el ejército, decidió aprender más de cerca cómo es el mundo de las finanzas, y, finalmente, encontró en Berlín, después de cinco meses de búsqueda, un puesto adecuado. "Este tiempo de espera -prosigue Mainländer- no lo pasé soñando. Además de las principales lenguas, me sumergí por vez primera en la Crítica de la razón pura de Kant. El hecho de que yo, con sólo veintisiete años, y con los órganos del espíritu plenamente maduros -no contaminados por Fichte, Schelling ni Hegel, sino críticamente fortalecidos por Schopenhauer-, tomase por asalto esta obra, la más significativa de la filosofía, es algo que no puedo ensalzar suficientemente para mi formación. Sin embargo, debo admitir que la primera y segunda vez que leí la Crítica de la razón pura, lo hice casi sólo mecánicamente. Eran para mí palabras y más palabras, y su espíritu no quería llegar hasta mí. Tenía el sentimiento de hallarme ante una mina de oro, pero no veía el oro por ninguna parte." Y concluye ese período diciendo: "Si miro mi estancia de casi cinco años en Offenbach, y la vida de ermitaño que llevé, aprecio mi destino. Sólo en esa época se consolidaron los rasgos de mi carácter. Me alcé, firme, sobre mi indivudalidad."
En Berlín siguió llevando una vida solitaria, y cuenta que sus intereses en materia de estudio fueron los siguientes: poesía alemana, historia, sociopolítica, historia natural (según Oken), antropología, así como los más significativos filósofos: Heráclito, Platón, Aristóteles, Scoto Erígena, Locke, Berkeley, Hume, Hobbes, Helvetius, Fichte, Hegel, Herbart, Condillac, etc. "Cada vez me unía más estrechamente a Schopenhauer. En un momento de entusiasmo me prometí: "Quiero ser tu Pablo"; y he mantenido mi palabra."
La guerra de 1870 causó un gran impacto sobre él. "Los sentimientos que suscitó la guerra en mi pecho representaron los dolores de parto para mi Filosofía de la redención"
En 1872 decidió dejar su puesto y retirarse. En su compañia comercial se dio cuenta del medio que necesitaba para alcanzar su fin. "Arropado por ella, maduró, sin necesidad del calor de invernadero, aquello que he de considerar el fin de mi vida; sí, lo repito, fomentó mi madurez, empujándome hacia la adquisición de un pensamiento claro y abstracto, a saber: que siempre será verdadero que cualquier retoño filosófico únicamente puede extenderse sobre el suelo de un trabajo manual honrado; el hálito de los momentos de ocio, en su atmósfera vital, constituye el fundamento más grande y fuerte de la verdad. Esta proposición puede aplicarse, incluso, en el arte, y aún más, a toda la ciencia. Quien trabaja por su salario, pero lo sacrifica al genio del arte y de la ciencia, es quien está en el camino correcto, y es quien recibirá multiplicada recompensa por su sacrificio."
Para hacer ahora un extracto de los acontecimientos que tuvieron lugar los años 1873 y 74, utilizaré la Primera parte de la Historia de su vida, en la que Mainländer habla del impulso que le empujaba a convertirse en soldado, y habla de su vida como tal; también es aquí donde cabe encontrar el informe más importante sobre la conclusión de su obra:
"Ya a los catorce años -nos cuenta- quería ser soldado. Mi deseo no provenía apenas de esa alegría que experimentan ciertos muchachos ante el brillo del uniforme, sino más bien de lo que para mí representaban las tareas de un ejército en tiempos de paz y de guerra. Cuando me traslado a aquel tiempo, y pienso en mi estado, únicamente puedo decir que me vi impulsado por un demonio salvaje, que inconscientemente se dirigía a esa meta. Lo único maravilloso es que este instinto se revelase en parte. Así que, poco después de que mi petición fuese rechazada con rodeos por mis padres, dije a un amigo: Tengo un deseo extraordinario de someterme, por una vez, completamente a otro, de hacer el trabajo más ínfimo, y de obedecer ciegamente. Este deseo aparece constantemente en mi vida, cosa rara en una persona que en su fondo más íntimo, es el ser más necesitado de libertad. Creo que por entonces la exigencia estaba unida al impulso sexual, aunque no podía encontrar ninguna justificación para esta conexión."
En 1859 había tomado la decisión de ingresar en el ejército (austríaco), pero la guerra transcurrió demasiado rápidamente. En 1863, probó otra vez: "Por entonces, lo que quería era ayudar en serio, y no en base a ningún instinto, sino motivado por un amor patriótico, plenamente consciente, que me llevó desde entonces a desear convertirme en soldado. Pero no cabe excluir que se deba a una conexión completamente diferente, completamente distinto de mi destino futuro."
En 1866 se dirigió al Ministerio de Guerra Prusiano. La batalla de Königsgrätz apresuró este intento; pero ni en 1868 ni en 1870 consiguió tampoco la meta de sus deseos. Una solicitud directa al Emperador tuvo éxito, finalmente, en 1874; pero antes de referirme a ella, debo hablar aún de los acontecimientos que tuvieron lugar entre 1872 y 1874. En junio del 72 salió del negocio de Berlín, para regresar a Offenbach; fue entonces cuando le acometió con fuerza el demonio de llegar a convertirse en soldado, aunque él habría utilizado gustosamente su tiempo libre en proyectar su obra filosófica, "cuyos materiales, completamente desordenados constituían un verdadero caos, que en parte se encontraba escrito ante mí, y en parte sol tenía en la cabeza". Le explicó a su hermana que debía ahora entregarse a su meta general; y, en cualquier caso, debía dirigirse con ella a Offenbach, aunque probablemente debería abandonarla pronto de nuevo. Ella le respondió que no podía vivir sola con su padre, y él se dio cuenta de que no podría llevar a cabo su plan sin ocasionar una gran infelicidad. "Cuando el demonio advirtió que debía verse frustrado, brotó como un brote de rosa bajo el beso de la luz el amor a mi trabajo filósófico, que hasta entonces había permanecido encerrado. Creció día a día, hasta absorber completamente mi ánimo. Si quisiese ahora describir cómo completé mi primer esbozo en tres meses; cómo lo dejé de lado, y estudié otra vez a Kant y Schopenhauer, línea por línea; cómo luego terminé en cuatro meses un segundo proyecto, tres veces más amplio que el primero; cómo creció mi conocimiento; cómo llegó a mí, igual que se desliza una montaña, abriéndose ante mí el más maravilloso y encantador castillo, en el que encontré mil veces más de lo que hibiese podido esperar el más inteligente vuelo de mis pensamientos; si quisiese describir ahora todo esto, podría mostrar la esencia del destino, que es conducir a cada individuo con seguridad hacia la felicidad de la redención, más claramente que a cualquier otra parte."
Pero entonces le habló de nuevo el demonio, que parecía decirle: "Amigo, la posición de las estrellas es adecuada y favorable. En invierno habrás terminado tu significativo sistema filosófico, y sin duda sentirás un gran vacío en ti. ¿Cómo pretendes llenarlo? Has puesto tu alma entera, todo aquello que te ha llenado desde tu juventud, la plena riqueza de tu mundo de pensamientos, en la obra, y sé que no emprenderás ningún trabajo filosófico nuevo. ¿No sería conveniente que descansaras en paz? La teoría está completa; ahora ha de llegar la praxis; ¿y qué otra acción práctica podría seguir a la eminentemente teórica que ingresar en el glorioso ejército alemán? Tú eres, ciertamente, uno de esos raros filósofos agraciados, como Cleantes y Spinoza, que han vivido como enseñaron; ¿y he de revelarte el secreto de tu obra? Tu obra filosófica es solamente el reflejo de tu amor hacia mí; es él el que te ha inspirado cada palabra; en ella únicamente me has glorificado a mí, y me has hecho inmortal con ella. Y adviértelo bien, sin haber sido infiel a la verdad, esa casta y excelente diosa. Tengo hermanos ilusos, diablillos e incluso diablos, que allí donde actúan se dice y defiende con la mayor fuerza aquello que resulta imposible sostener; pero yo soy bueno y puro, claro y brillante; y como soy así, mi ímpetu, mi pasión es una virtud inapreciable. No es algo que resulte fácil de captar: sólo en la unión de tu espíritu con el mío puedes escribir tu obra, y por eso esta obra es tan verdadera de principio a fin, pues es solo el reflejo de tu amor hacia mí; porque yo soy por naturaleza lo que enseña la verdad: un carácter de espíritu noble. Aquello que enseñas en tu ética, lo experimentas desde hace tiempo, sí, lo has experimentado siempre. Pero lo que enseñas en tu Política, la total entrega a lo general, es lo único que coronará tu vida. Quien como tú tiene un alma fogosa, puesto que la cuestión social, como tú mismo has enseñado, no puede solucionarse sino desde abajo, tiene su lugar en aquel puesto donde se cumple el movimiento principal: el puesto de la humanidad, allí donde ella, bajo rayos y truenos, y entre fuertes dolores de parto, trae a la existencia la configuración y la ley de una nueva época. Y este lugar es el ejército alemán."
También la razón calculadora concluyó lo mismo. Se declara listo para utilizar su pequeño patrimonio adquirido en Berlín, para que su familia pudiese vivir libre de cargas y sin problemas durante el tiempo en que fuese soldado. "Debía acabar mi proyecto lo más tarde a finales de septiembre, y esta obligación me dio unas energías que nunca antes había conocido. Trabajé con una fabulosa facilidad. A menudo, me parecía como si transcribiese mecánicamente lo que un espíritu ajeno y más poderoso que el mío me dictaba: así de concentrado y compacto se encontraba mi ser. ¿Cómo podría describir el placer de crear que sentía por entonces?
Pero en aquel momento tuvo lugar el crack de Viena, y con él se vinieron abajo todos los planes de Mainländer. A finales de septiembre, cuando había terminado el proyecto, le pareció evidente que no podía llegar a ser soldado, y que no podía realizar su obra, sino que debía ser otra vez comerciante. De nuevo encontró un puesto en Berlín en el Deutsche Bank. Se convirtió, como él mismo dice, en alguien que se observaba de manera artificiosa y poco natural: "Dicho suavemente, una parte de mí se sentó en el parterre, llena de ilusión, pero desinteresada, viendo a la otra parte de mí mismo retorcerse y doblarse en la escena, como si fuese un gusano. Expresado con más fuerza: mi espíritu estaba firmemente decidido a practicar, sin pestañear, una vivisección de mí mismo."
Los tormentos duraron dos meses. Luego anunció, después de una dura lucha interna, su posición: "Permanecí algunos días presa de un talante verdaderamente ensoñador. Mi estado de ánimo estaba como concentrado, y parecía inmóvil en su núcleo más íntimo. Y entonces, de nuevo, un candente y brillante relámpago espiritual golpeó mi corazón, llenándome de un insuperable anhelo de morir. Y con él, comenzó una nueva vida para mí. Hasta entonces, vivía yo en una obediencia incondicional frente al destino, de manera que hubiese ejecutado su orden más terrible, pero no me había reconciliado con él, sino que hubiese estado abiertamente descontento con él; ahora, en cambio, comenzó un período en el que yo, por convicción y con amor, me sacrifiqué al destino. Había tenido lugar eso que los cristianos llaman el efecto de la gracia. Como prende la fe en el corazón del cristiano tocado por la gracia de Dios, y eso le capacita para asumir todo lo que Dios le manda, tanto malo como bueno, con idéntico agradecimiento, así había inflamado mi alma en aquellos días sofocantes el conocimiento del destino, heredado desde hacía tiempo poe el espíritu. El efecto era el mismo que el que experimenta el cristiano transido de Dios: no me preocupaba por el día siguiente, sino que peregrinaba desde ahora con una tranquila e inmutable confianza en lo que pudiese traerme el destino, aunque fuese la más dolorosa enfermedad, o una muerte repentina, pues sé que yo mismo he elegido antes de que surgiese el mundo todo aquello que me conviene y que es lo mejor para mí. Y así -concluye Mainländer esta sección-, hice en Berlín, donde fui tan en mi contra y con el corazón lacerado y sangrante, una ganancia inconmensurable, que nadie me puede arrebatar."
Después de dejar su puesto, quiso desempeñar otro en Frankfurt ; pero entonces decidió, creyendo que era su sino, llegar a ser soldado por fin, a finales de otoño. Una instancia al Emperador, fechada el 6 de abril de 1874, tuvo éxito, y se le permitió inscribirse. Después de una serie de negociaciones, se le aseguró que en otoño ingresaría en los Coraceros de Halberstadt. Intencionadamente, había escogido el más duro servicio en el cuerpo de caballería. En virtud de la misma exigencia ascética, quiso también servir tres años como soldado raso, aunque se le había aconsejado que solicitase realizar un servicio de un año. En una carta al Coronel del Regimiento Halberstadt, declara una vez más de forma meridiana sus planes: "El amor a la patria es el primer impulso que actúa en mí. El conocimiento de que el hombre debe lo mejor que tiene al Estado: su educación, su formación, en suma, todos los fundamentos sobre los cuales puede alcanzar su verdadero destino, despertó muy pronto en mí el agradecimiento hacia el Estado, y la voluntad de hacer sin problemas los sacrificios individuales que fuesen necesarios para su conservación y poderío. No pertenezco a esos astutos que quieren disfrutar de las ventajas de lo público, pero desean liberarse de las cargas que ello implica; y así, no me tengo por liberado del servicio militar (anteriormente, él había comprado su exención, según una costumbre habitual en Offenbach), sino que éste se ha visto aplazado por determinadas circunstancias; pero ya no hay más tiempo que perder. Basta lanzar una mirada clara sobre la marcha del mundo, y profundizar en lo más básico de la historia, para aprender que incluso el pueblo más grande, a pesar de su independencia, sólo es un miembro más de la Humanidad, que tiene un curso de desarrollo conjunto y unitario. Además, es una ley histórica que un Estado tiene siempre un papel dirigente, y ciertamente tanto tiempo como esté justificado para ello. Pero resulta completamente indudable que al Imperio Alemán, tan gloriosamente surgido, se le ha transmitido el papel dirigente para el próximo período histórico, y que bajo la protección de su espada la cultura genral hará un gran progreso. Un corazón fuerte, que no se vea prisionero del estrecho círculo del egoísmo, ha de entusiarmarse con ello, y ha de surgir en él la ardiente exigencia de colaborar y luchar por la elevada meta de la Humanidad. Quiero, pues, cumplir con mi deber hacia el Estado sin dilación, y colaborar con todas mis fuerzas por el bien de la Humanidad."
El fragmento concluye con las siguientes palabras: "Mi demonio quería que diese el paso, y mi espíritu lo aprobó. Ya esta armonía entre ambos, tan rara, me fortaleció para lo que me esperaba. Pero quien ha leído atentamente esta historia de un soldado, habrá visto también que existe una armonía muy significativa entre mi voluntad y la otra cara del destino, que no está en nuestro poder, es decir, el azar, que ha ido cambiando tan a menudo como ha sido necesario, el escenario, en función de mi deseo. Mi alma afronta lo que llega con una calma inexpresable."
Durante el verano siguiente (1874) concluyó en Offenbach la Filosofía de la redención. "Entonces empezó una vida encantadora, un florecimiento espiritual cargado de dicha y de felices perpectivas. Esta vida duró cuatro meses completos: junio, julio, agosto y septiembre. Mi sistema se hallaba completamente claro, consecuente y redondo ante mi espíritu, al que animaba un impulso creador que no necesitaba verse azuzado por el látigo del pensamiento, que me decía que debía terminar y estar listo el 28 de septiembre, pues el 1 de octubre debia vestir el uniforme real. Mi confianza en el destino era casi fanática, y mi manera de vivir muy simple. Me levantaba a las 7 de la mañana, y trabajaba hasta las diez. Luego, tomaba un baño benefactor en el Main, que estaba cerca, y cuya amada corriente patria me ha ayudado a escribir mi obra. ¡Oh, cuánto me fortaleció! A las doce comía rápidamente, y trabajaba luego, sin interrupción, hasta las siete de la tarde. Cuanto más calor hacía, más cómodo me sentía, y tanto más fluida era la corriente de mis pensamientos. Con el calor diurno, me inclinaba, pensativo y feliz sobre mi sistema, que iba adelantando. La Analítica pasó a tener doble extensión, y la Física estaba completa. Pero, cuando estaba a la mitad, perdí repentinamente el hilo. Me estremecí, me vestí rápidamente y vagué durante cuatro horas con el calor sofocante por los bosques. ¡En vano: no volvía a encontrarlo! Permanecí tres días en este infierno. Estaba en ascuas, y miraba temblando la fecha del 28 de septiembre, que iba aproximándose cada vez más. Esta cercano a la desesperación, y decidí suicidarme, si las cosas no cambiaban pronto. Pero una mano suave me sacó de nuevo del infierno; encontré, por fin, el hilo, y más brillante que nunca; y desde entonces no se me ha escapado de la mano. Así, pasaron los meses como si fuesen días, y la obra se aproximó a su conclusión. La Estética, la Ética y la Política casi estaban terminadas, y habían aumentado considerablemente de tamaño, al tiempo que escribí la Metafísica completamente de nuevo, pues en el segundo proyecto tenía solamente dos páginas. Por fin, la obra estaba lista.
¡Ahora he forjado una buena espada,
y valgo lo mismo que los otros caballeros;
ahora golpeo, como cualquier otro héroe,
a los gigantes y dragones en el bosque y en campo!
(Ludwig Uhland, Sigmund Schwert)
Así era. Feliz, sentí que había forjado una buena espada; pero al mismo tiempo sentía un helado escalofrío al penetrar en una senda, que era la más peligrosa que había transitado ningún filósofo antes de mí. Atacaba temibles gigantes y dragones, todo lo existente, todo lo sagrado y digno que hay en el Estado y la Ciencia: Dios, el monstruoso "infierno", el concepto de genero, las fuerzas naturales, el Estado moderno..., y dejaba valer en mi nudo ateísmo solamente al individuo y el egoísmo. Mas no: por encima de ambos, se encontraba el resplandor de la unidad divina premundana, la irresistible corriente que conduce todas las cosas del mundo, que se encuentran en conexión dinámica, o, para hablar con Cristo, el Espíritu Santo, que es el más importante de los tres seres divinos. Sí, él se encontraba "abarcando con alas de paloma" lo único real que hay en el mundo: el individuo y su egoísmo, hasta que se extingue en la paz eterna, en la nada absoluta."
Ahora su hermana debía buscar un editor. Según la carta que dirige a ese futuro editor, él no quería que figurase su nombre como redactor de la obra: Para esta obra -dice-, yo soy Philipp Mainländer; y quiero serlo hasta la muerte, y para siempre."
A finales de agosto la Filosofía de la redención estaba pasada a una copia en limpio. Él tenía aún algo de tiempo antes de partir, y le acometió un nuevo pensamiento. Cuando hablaba con su hermana de "el Franfurtés", pintándole a éste como caballero de una Orden, afirmaba "verle en la ventana abierta en el segundo piso de la Casa Señorial Alemana, a la orilla del Main en Sachsenhausen, con los rasgos dulces y nobles, transfigurados por el oro del sol poniente. Tiene una cota de acero, que rutila sobre la túnica blanca", y fue entonces cuando la vino la idea de "fundar una Escuela Superior Libre, que rápidamente tomó la forma de una moderna Orden de Caballeros del Espíritu; una orden filosófica de luchadores del destino, de Caballeros del Espíritu Santo. Mi actividad teórica estaba hecha; la práctica estaba introduciéndose, y fue comenzada inconscientemente por el demonio. ¿Había de desembocar la prosecución consciente en esta Orden? Así, proyectó los estatutos de una Orden del Espíritu Santo (Orden del Grial)", que figuran en el Segundo tomo de la Filosofía de la redención.
Llegaron los últimos días de septiembre. El 26, un día de otoño, maravillosamente hermoso, sin nubes, volvió una vez más a la tumba de su madre. Rompió una rama, y juró, alzando una mano al cielo, y en un estado de gran recogimiento y serenidad, guardar la virginidad hasta la muerte. "¡Cuánto había querido a aquella anciana mujer, que reposaba allí abajo! ¡Cómo había amado hasta la consunción, y en exclusiva, la imagen de su apasionada y genial madre! ¡Y cuán vehementemente había padecido por su dolor! ¿Qué voluntariosa, palpitante y estremecedoramente orgullosa se erguía esta gran individualidad, con su piedad demoníaca! Ella había luchado a menudo, como Jacob, con Dios, y le había vencido. Como ella contaba, así había arrancado a su segundo hijo, a golpe de oración, a Dios, que le tenía consagrado a la muerte; y resultaba imposible no creerla cuando lo contaba. ¡Y esta mujer, con ese amor materno, verdaderamente salvaje, debía más tarde lamentarse amargamente de haber reconquistado a su hijo de los brazos de Dios! Pensaba en cómo su océano espumeante y atronador, se había convertido en mí en un mar terso y azul; mas ¿no era el mismo océano? Admirablemente fortalecido para afrontar todas las penalidaddes que me esperaban en Halberstadt, abandoné el cementerio ajardinado, que resplandecía bajo los rayos del sol poniente."
Lo que sigue, lo relata Mainländer bajo el epígrafe titulado Mi vida como soldado. Esta historia soldadesca es extremadamente intresante, especialmente para aquellos que conocen nuestro ejército, por haber realizado su propio servicio militar en él. Mainländer aparece en ella tan buen camarada como modelo de soldado eficidente. Arrostró los servicios más duros como cualquier soldado común. Después de las maniobras, abandonó el ejército, en el que se proponía pasar tres años, con la graduación de cabo, por causas de fuerza mayor. Aquí sólo voy a referirme a pocas cosas, sólo a lo más relevante de aquel período.
Provisto de una pequeña colección de libros -gramáticas inglesas, francesa e italiana, un diccionario de francés, el manual del budismo de Spence Hardy, Tácito, Gil Blas, Leopardi, un manual de aritmética, una gramática alemana ("por si había que dar lecciones a camaradas pobres y suboficiales aplicados") y la Teología alemana-, viajó hacia Halberstadt. Su especial situación en la época de su alistamiento la caracteriza con las siguientes palabras: "Cumplí por aquel tiempo -el 5 de octubre- 33 años; ¡y debía figurar como recluta, junto a jóvenes de 19 y 22 años! Descendí de las cómodas relaciones burguesas a las rudas condiciones de total privación que corresponden al estado de soldado. Hasta entonces, había trabajado casi exclusivamente con la pluma y la cabeza, y me había deleitado con los genios de todas las épocas, y ahora debía cardar las crines de los caballos, limpiar el establo, blandir el sable y conformarme con el estrecho círculo de pensamientos que poseen las clases más bajas del pueblo. Amaba la soledad, y me estremecía ante el más mínimo contacto exterior de mi individualidad, como podía hacerlo un sensitivo; amaba apasionadamente el silencio, tanto más cuanto más profundo y total fuese; y ahora debía pasar tres largos años en un cuartel. No creo que haya ningún hombre que tenga un impulso tan irreprimible hacia la libertad como el que tengo yo: el aire de la libertad constituye mi propia existencia... Y ahora debía someterme incondicionalmente a las órdenes de tenientes de caballería de dieciocho años, y de jóvenes y rudos suboficiales, para llegar a ser cabo. Pero, como si hablasen conmigo dos espíritus diferentes: uno que captase estas palabras, con toda su lacerante agudeza, y otro que consolaba y curaba mis heridas, fui pasando por todo." El logro más importante con sus camaradas lo expresa con estas palabras: "Yo he puesto en el pecho de mis camaradas, situados en puestos inferiores, principios generales de justicia y humanidad, principios a los que antes ya había llegado, llevado por la conclusión de que es mi deber consagrarme a los asuntos de los inferiores y despreciados, para conducirles a una vida superior; y así, ahora deseo luchar por ellos por amor. Ahora los veo como queridos amigos, que darían su vida por mí; también veo que los descarriados y malvados, sólo pueden domesticarlos a palos, porque las relaciones sociales de nuestros días hacen que en los sórdidos agujeros que habitan estos miserables huyendo de la luz no penetre ningún rayo, de manera que ningún grano sano puede crecer allí. ¡Cuántas cosas han brillado en mí, cuando he lanzado una mirada a este desconsolador vacío; cómo hubieran deseado mis dedos configurar este material humano; cuán dulce ha llegado a ser mi juicio sobre estos individuos rudos y bajunos, sobre ladrones y asesinos; con cuanto afán ha luchado en mi alma ardiente la decisión de llegar a ser un Guillermo Tell, que no pertenece a ningún partido, y sigue su camino en solitario, un Tell de la libertad social! ¡Estad tranquilos, queridos compañeros de armas, buenos camaradas! ¡Un ojo fiel os vigila, una cabeza sana piensa por vosotros, y dos manos puras actúan en favor vuestro!"
Daré un par de imágenes de los inicios de este nuevo período de su vida: Nuestro filósofo coge de la camareta todo su equipo, y marcha hacia su alojamiento. "Busqué un coche de punto, pero en vano; y tampoco encontré por ningún sitio un sirviente o un porteador. "Así ha de ser", me dije, cobrando tanto ánimo como el que tuvo Buddha, según narra Spence Hardy, cuando él, el hijo malcriado del rey, debió comer por vez primera el arroz, mendigando y sucio. Pero él se lo comió; y yo seguí adelante, al tiempo que me consolaba y me erguía, igual que lo había hecho él. El camino era largo, y yo ofrecía, sin duda, una imagen penosa. Iba cargado como un asno. En el brazo izquierdo colgaba el traje de paseo y el pantalón de tela azul, el abrigo, el capote civil, mis pantalones de civil y mi chaleco; en la mano izquierda, sostenía mis propias botas y la gorra de coracero; en la derecha, mi sombrero, dos latas y dos cepillos. Además, cada dos minutos chocaban las espuelas con las botas; el largo sable se me metía a menudo entre las piernas, el casco de acero oscilaba sobre mi cabeza, y el sol me daba de lleno." Un poco después, cuando ya había comenzado el servicio, un suboficial le mandó traer lleno un cubo de agua. "Obedecí. Él tenía 26 años y yo 33. Busqué el balde y fui a la fuente. Desde el piso superior de la casa del guarda, se veían las hijas pequeñas del oficial veterinario, que se reían en su fuero interno, y señalaban al coracero con gafas y el delantal azul, que vacilaba un poco al tener que llevar dos grandes cubos de agua. Y otra vez me dije: "Mira fijamente hacia delante, y no te tuerzas ni a derecha ni a izquierda", mientras notaba que empezaban a agolparse unas lágrimas en mis ojos. "Has adoptado la figura de sirviente, como corresponde a la grandeza que te caracteriza. ¡Aguanta!" Y los ángeles que me sirven no faltaron. Como una paloma con las alas abiertas y protectoras, flotaba el pensamiento de la redención sobre mi alma, y mientras traía el agua, el ojo espiritual se perdió en la dorada lejanía, lleno de reposo y de paz. "And Buddha thought: Were I to endanger the reception of Buddhaship, how could the various orders of being be released from the sorrow of the existence? [Y Buda pensó: ¿habría de poner en peligro la recepción de la doctrina de Buddha, acerca de cómo pueden ser liberados los distintos órdenes del ser de la triste existencia?"] - Y así, he soportado toda la amargura, todo el ajenjo de mi nuevo círculo de trabajo, siempre manteniéndome como si flotase sobre la ocupación inferior, y fijando la feliz mirada en mi meta, la luminosa cúspide que se alza en medio de la noche, hasta que el cáliz espumeante del aire libre, que reside en la vida del caballero llegó a mis labios. Afirmo, con osadía, que ningún soldado, mientras los haya, ha gozado tan puramente del placer, de toda la poesía, que se encierra en la vida de un caballero como yo, porque, ante todo, siempre podía decirme: "Has elegido esto sin ninguna coacción exterior"; y luego, porque yo, fija mi mirada en una iluminada altura, en seguida me he hecho insensible a los alfilerazos y pequeñas miserias de la monotonía diaria. Esta es la bendición de la que participa aquel que renuncia al mundo. En su mesa sólo están dispuestos los preciosos, libres y puros goces de la vida."
El servicio agotador le absorbió entonces por completo; su trabajo filosófico, junto a todos los pensamietnos sobre la patria, las personas allegadas, y la politica diaria, los perdió de vista. "Como dice Emerson -señala- fui a victim of the nearest object [víctima de la inmediatez del objeto]; pero -añade- mi vida espiritual mantenía su pulso, tan fresca, en todo ello, aunque no llegase todo esto a mi conciencia. Corría como una corriente en invierno, bajo la superfie helada. Era algo que podía observar claramente, cuando se rompía por aqui o por allí la cubierta, y un pensamiento totalmente desconocido, referido a la ampliación de puntos concretos de mi obra, cruzaba repentinamente, como un relámpago nocturno, mi cerebro."
Y en marzo de 1875, cuando ya se había habituado a todo, y se había convertido completamente en soldado, "la cubierta helada se rompió por entero, y -la imagen es muy gráfica- mi espíritu brotó y corrió, como una corriente cubierta con placas de hielo. Era un increíble revoltijo; los pensamientos se rozaban, empujaban y acumulaban, hasta que, finalmente, de nuevo en la superficie libre del hielo, el sol, la luna y las estrellas se reflejaron con un ondulante suspiro. Allí se estaba incubando, ante mí, el germen de un segundo tomo de la Filosofía de la redención: tres maravillosas figuras, nacidas en el rincón más secreto y oculto del taller espiritual durante el invierno, se presentaron, suave y bonanciblemente, en la superficie: el verdadero idealismo y la Trinidad cristiana, en la clara y cálida luz de la razón y del socialismo."
Expondré aquí un delicado rasgo de Mainländer como hombre, en relación con unas maniobras, en las que participó con entusiasmo: junto con algunos camaradas, visitó una institución para ciegos, y quedó profundamente conmovido: "Sentí una profunda compasión por esos niños, que, no obstante, se vio superada por el interés en lo que estaba viendo. Pero la compasión se desató por completo, cuando fuimos a la sala de música, y sendos coros de muchachos y muchachas cantaron a dos voces la canción popular de Turingia: "Ah, cómo es posible, entonces..., etc." En sus ojos inmóviles, que jamás habían sentido el estímulo de la luz, que nunca habían visto ni a sus padres ni a sus madres, ni una puesta de sol, ni la aurora, me sobrecogió todo el dolor de la humanidad. Creí que la melancolía iba a ahogar mi corazón. Cuando, en fin, un chico se sentó al órgano, y tocó: "Jesús, mi esperanza", y vi pasear casualmente, durante la ejecución de la pieza, a los oficales y damas de la casa por una veranda, el terrible contraste entre pobreza y riqueza, y el tremendo padecimiento que hay en este mundo calaron tan profundamente en mi alma, que no me pude contener, y lloré como un niño.
"No haber nacido es la suprema razón;
pero una vez nacido, procede volver
lo más pronto posible
al origen de donde se ha venido."
(Sófocles, Edipo en Colona, I, v. 1129)
El 1 de noviembre de 1875, transcurrido su año de servicio militar, llegó a Offenbach. Cuando hubo retornado, creyó conveniente conseguir las pruebas de imprenta del primer tomo de la Filosofía de la redención, y añadirle una selección o espiga de pensamientos. "Puesto que ninguna voz me hablaba, y fuera reinaba un silencio mortal, respondí a la pregunta: "¿Y ahora, qué?" con un anhelante arrebato del corazón hacia un reposo absoluto." Pero la cosa transcurrió por otros derroteros. Revisó el manuscrito de su obra; y entonces comenzó la segunda mitad de su biografía, pues en diez días escribió su primera y única novela corta, titulada Rupertine del Fino, que redactó "sólo porque mi hermana sostenía que no podría escribir ninguna novela." A continuación, proyectó, entero, el segundo volumen de la Filosofía de la redención; y todo esto en cinco meses. "Y, mientras escribía, nació en mi corazón la sofocante piedad hacia la humanidad: ahí habló, de pronto, con voz clara y alta, el hálito divino en mí, diciéndome: "Aún no estás agotado; aún debes servirme. Luego, ingresa en la paz eterna". Hacia unos dos años, le había explicado a mi hermana que yo no puedo trabajar para el pueblo y el Estado más que con la pluma; pues todo mi ser se rebela ante la idea de lanzarme al torbellino de la sociedad. Hoy, un violento torbellino me impulsa a lanzarme en medio del pueblo. Y si mi madre, levantándose de su tumba, tratase de impedírmelo, pasaría por encima de su cabeza. Inconmovible en mi fuero interno, desprendido ya de todo, sólo quiero tener la conciencia de actuar en pro de la humanidad; es la única agua que puede apagar la compasión que siento en mi pecho.
"El Señor es mi luz y salvación;
¿De quién habría de tener miedo?"
(David)
¡Esta es mi esperanza!
"¿Hay un arnés semejante a la pureza del corazón?
El luchador justo está protegido tres veces;
y desnudo está aquel que guarda la injusticia en la conciencia,
aunque esté recubierto de acero."
(Shakespeare)
¡Esta es mi arma!
Vuelvo al mundo completamente solo, sin la menor perspectiva de éxito; y, sin embargo, sé que venceré, porque no deseo otra cosa que la paz del corazón."
Dado que él solamente podía encontrar apoyo en su individualidad ante la inminente lucha que se avecinaba, desplegó su intimidad en este diario, que, como dice al final, era su única arma, y que soñaba habría de ser la corona de flores depositada sobre su tumba. Pero el salto al mundo no se produjo. No queda claro qué le llevó a cambiar su decisión, y adoptar un camino diferente, y a dar un paso hacia la muerte. El diario acaba el 7 de marzo de 1876. El 31 de ese mismo mes, tenía el primer volumen de su obra entre sus manos. Algunos testigos de fiar afirman que les había manifestado que ahora su vida carecía ya de objetivo. En la noche del 1 de abril puso fin a su existencia. Sus restos reposan en el Cementerio de Offenbach."
LOS ÚLTIMOS MOMENTOS DE LA VIDA DE PHILIPP MAINLÄNDER
(SEGÚN CARTAS INÉDITAS Y NOTAS DEL FILÓSOFO)
Por Walter Rauschenberger
Frankfurt a. M.
En: Süddeutsche Monatshefte, 9 (1912), pp. 117-131.
Traducido por vez primera al español por MANUEL PÉREZ CORNEJO, Viator
Todo el mundo conoce a Schopenhauer, pero pocos conocen al hombre que ha sido seguidor suyo, y que más próximo ha estado a él en el ámbito de la filosofía alemana: Philipp Mainländer, quien en 1876, sin haber cumplido apenas los 35 años, y estando en la cúspide de su actividad, se quitó la vida.
Philipp Mainländer (cuyo verdadero apellido era Batz) nació en 1841 en Offenbach am Main. Era hijo de un comerciante protestante [cf. Sommerlad, "Aus dem Leben Philipp Mainländers", Zeitschrift für Philosophie und philosophischen Kritik, Bd. 112, pp. 74 y ss.]. Por línea paterna, poseía un buen corazón, y por su línea materna heredó una disposición de ánimo melancólica, tendente a huir del mundo e inclinada a la especulación. Era el más joven de cinco hermanos, entre los cuales se hallaba especialmente cercana a él su hermana Minna, que fue su colaboradora, y a la que están dirigidas la mayoría de sus cartas. Después de asistir a la Real Schule de su ciudad natal y pasar dos años en la Escuela de comercio de Dresde, desempeñó un puesto en una Casa Comercial de Nápoles. Estuvo cinco años en Italia, y aprendió a conocer bien la tierra y sus gentes. También fue aquí donde él, a los diecinueve años, se sintió casualmente atraído por las obras de Schopenhauer. Compró inmediatamente un ejemplar de El Mundo como voluntad y representación, y se fue precipitadamente a su casa, para sumegirse en su lectura. Cuando terminó el libro, era ya de día, y había pasado toda la noche leyendo. Fue el "día más grande y significativo" de su vida, como se dice Mainländer en su "Autobigrafía", lamentablemente aún no publicada. Como algunos otros filósofos de antaño, Mainländer fue autodidacta. Sobre esto, dice en su "Autobiografía": "He visto el mundo como comerciante, he adquirido una visión de hombre de mundo, y permanezco libre del venenoso hálito de los profesores de filosofía". Tras despedirse de Italia, estuvo activo bastante tiempo en el negocio de su padre, en Offenbach, a la vez que acompañaba a su convaleciente madre en su tiempo libre. Por entonces, escribió el poema draático Los últimos Hohenstaufen, una gran obra en tres partes, cuya idea había concebido en Italia. La pérdida de su querida madre en 1865 le conmovió profundamente, y tuvo un importante efecto sobre su vida: si hasta el momento únicamente había admirado la filosofía schopenhaueriana, ahora se enfrentó a ella críticamente. La crítica fue el punto de partida de su propio sistema, que poco a poco, comenzaba a alzarse ante el ojo de su espíritu. Al mismo tiempo, profundizó en el estudio del budismo, y poco después en la Crítica de la razón pura de Kant. Además, leyó a los místicos alemanes de la Edad Media y el "incomensurablemente profundo Parzival" del gran Wolfram.
En 1868 ocupó Mainländer un puesto en una entidad bancaria de Berlín. Allí prosiguió la vida de ermitaño que había llevado en Offenbach, y leyó a los principales filósofos. En la primavera de 1874, dejó su actividad profesional, y decidió alistarse, conforme al deseo de ser soldado, que tenía desde hacía bastante tiempo, que procedía de su gran amor a la patria, y que había tenido que postergar entre 1866 y 1870. Consideraba el cumplimiento del servicio militasr como su deber hacia el Estado. Se le concedió, en otoño de ese mismo año, ingresar en los coraceros de Halberstadt. En los cuatro meses que le quedaban libres: junio, julio, agosto y septiembre de 1874, acabó Mainländer en Offenbach su obra, largamente preparada, Filosofía de la redención I, que constituye, en general, la más consecuente representación del pesimismo en la historia de la filosofía. Mainländer, al contrario que Schopenhauer, desplaza toda la realidad al individuo y su egoísmo. En su gnoseología, es realista, excepto en lo que se refiere a su concepción de la materia. Su filosofía es, de principio a fin, eudemonista. Ell proceso del universo consiste en que Dios, desde el supra-ser, imagina el beatífico seno del no-ser absoluto, a través del devenir. Actualmente, el mundo se encuentra en el estadio del devenir, del movimiento. La unidad divina se ha hundido, y se ha roto en fragmentos: los individuos particulares. Éstos tienden a cesar su sufrimiento en el no-ser; se debilitan mutuamente, mediante la lucha por la existencia (Mainländer rechaza la validez de la ley de la conservación de la energía), y contribuyen con ello a la aceleración de la redención de la totalidad del mundo, que es pensado como finito, en lo que se refiere al espacio, el tiempo y la materia. La humanidad, a través del Estado ideal (Mainländer es un socialista teórico) se encamina hacia el no-ser, con ayuda de la virginidad. Mainländer transforma, por consiguiente, el acto místico-trascendente de la negación schopenhaueriana de la voluntad en un proceso inmanente al mundo. Por eso, califica su filosofía de "inmanente". En la pura doctrina de Cristo (que él plantea como una doctrina esotérica, frente a la doctrina exotérica dominante), percibe Mainländer una confirmación de su doctrina. El "Espíritu santo" es, según él, el hálito de la Divinidad pre-mundana desaparecida, que sopla en él mundo. Con la finalización de su principal obra, pasaron los últimos días de septiembre de 1874. Qué concepto tenía el mismo Mainländer de su filosofía, es algo que podemos extraer de la siguiente declaración: "Yo todavía estoy solo; pero tras de mí está la humanidad, sedienta de redención, que se me unirá; y ante mí se encuentra el claro y brillante Oriente del futuro. Contemplo extasiado la aurora, y los primeros rayos de la estrella ascendente de una nueva época; y la victoria me llena de alegría."
El 26 de septiembre de 1874, Mainländr fue a visitar la tumba de su madre. Allí prometió, poniendo la mano en el túmulo, virginidad hasta la muerte. Aquello que enseña, quizo ponerlo también en práctica en su vida. Y también asumió una posición parecida, frente a otra pasión: la búsqueda de honores y fama. Es significativa, a ese respecto, la siguiente carta de Mainländer, dirigida a su editor de aquella época:
"Septiembre, 1874
"En caso de que se decida Vd. a editar mi trabajo, le ruego que se ponga de acuerdo para todo lo demás con mi hermana, a la que cedo plenos poderes en esta cuestión, sin limitación alguna, porque otro asunto requiere todo mi tiempo. Únicamente quisiera advertirle, en caso de que así fuese, lo siguiente:
No es necesario que un filósofo viva de conformidad con su doctrina, pues es posible reconocer algo como excelente, sin tener la fuerza para actuar de conformidad con lo que se reconoce; pero algunos filósofos han vivido de conformidad con su ética, como sucedió con Cleantes, el porteador de agua, y Spinoza, pulidor de lentes. Ahora, lo que enseño ha llegado a formar parte de mi misma sangre, de manera que, si he de juzgar el efecto que tendrá mi obra sobre otros por el que ha tenido sobre mí mismo, he de pronosticarle un gran éxito. Lo único ante lo que retrocedo es hallarme expuesto a la mirada del mundo. Pertenezco a aquellos de los que decía el místico Tauler que se ocultan de tal modo ante todas las criaturas, que nadie podría decir nada, ni bueno ni malo, de ellos; y en este sentido, no conozco ninguna sentencia que me haya producido una impresión tan profunda como la inscripción que se encuentra en las catacumbas de Nápoles: Votum solvimus nos quorum nomina Deus scit [Nosotros, cuyos nombres Dios conoce, hemos perdido nuestros votos.] Quisiera, pues, socilitarle amablemente, que me ofrezca la seguridad de que nunca me citará como el autor de la Filosofía de la redención. En lo que respecta a esta obra, quiero ser Philipp Mainländer, y permanecer así hasta la muerte. Idéntica petición le dirijo, naturalmente, para el caso de que Vd. decidiera rechazar la obra."
El 1 de octubre de 1874, a la edad de 33 años, ingresó Mainländer en los Coraceros de Halberstadt, como soldado raso. De esta época de Halberstadt proceden las siguientes cartas a su hermana Minna (que se publican aquí por vez primera, y que fueron copiadas por ella, quien también se suicidó en 1891, quince años después de la muerte de su hermano; las transcribimos gracias al editor Sr. Hörth de Frankfurt):
"Halberstadt, 2 de julio de 1875.
"Querida Minna:
Tus dos queridas cartas, las últimas con... previstas , han llegado hasta mí sin problemas, y extiendo un recibo sobre la suma que supongo, dando gracias por ello.
Este recibo provoca en mí una amplia asociación de ideas, cuyo miembro final es que nosotros hemos de consultar honestamente al destino, y en caso de que se nos cierren todas las puertas, y él nos haya elegido como víctimas para proseguir la línea reacta de su curso, hemos de querer seguirlo sin rechistar. Hace tiempo que estoy preparado para ello, pero no sé si tú lo estarás. Habrá que juzgar si no existe en las intenciones del poder más alto que deje sólo yo la escena, y tú luego puedas y debas ser un Horacio o un Pablo... Pero todo estó ya se verá por sí mismo, siempre que nuestro árbol de la vida llegue a fructificar.
Escribo esto con frialdad, y, en cierto sentido, con la más elevada paz en mi alma. ¿Y por qué no? Creo que tu última ilusión es vivir, tejer y escribir conmigo en, digamos, un Molino XX, situado en lo más profundo de un bosque espeso y sombrío, o cubierto de nieve, sin más deseos ni preocupaciones. Pero yo te pregunto, querida niña: imagínate que se cumpliera tu deseo en Berlín, y nos regalaran una casita, como aquella que vimos en el canal, oculta tras la espesura, y con una mesa de té, cubierta bajo amplios tilos, ¿habría llegado a satisfacerse todo aquello que anticipaste de manera ideal? ¡No, seguro que no, aunque todo nos sucediera conforme al más delicioso gusto, o aunque allí pudiésemos escribir! Creo que todo esto únicamente supondría una merma de lo que constituye nuestra más profunda esencia. Y te repito lo que ya te dije en otra ocasión: nosotros ya hemos vivido la más alta, noble y pura vida espiritual, porque a mí, debido a circunstancias completamente excepcionales y favorables, me fue otorgada la mirada más libre e imparcial sobre el mundo y sus misterios. Por consiguiente, tranquila, como Federico el Grande, quien antes de la batalla de Kunersdorf estaba firmemente decidido a vaciar el frasquito de veneno que llevaba consigo, si la pregunta que le había dirigido al destino fuese respondida con un "no".
¡Cuidate! Estos pensamietnos son hijos libres del aire y del sol, cuando descansamos por unos instantes sobre los caballos enjaezados sobre el campo trillado, con toda la impedimenta. La escribí en medio del pleno sentimiento placentero del movimiento -igual que el meteoro que cae, el agua que se precipita, el relámpago que rasga el cielo; en suma, todo en el mundo, que va tras la meta, enseñada por mí, de la redención del reposo, de la extinción de la energía, de la paz eterna, y... sucio y negro como un brasero. Es la hora de lavarme y cambiarme."
"Halberstadt, 22 de septiembre de 1875
"Querida Minna:
"He vuelto sano y salvo de las maniobras. En el curso de las mismas, he tenido la ocasión de disfrutar de grandes goces estéticos, de tal índole que no habría podido disfrutarlos en otro lugar; mas ahora desearía estar al margen de estas relaciones, y no deseo sustituirlas por ninguna otra cosa. Creo que estoy consumido, worked out, sin placer ni ganas por las cosas terrenales Aprecio en extremo las sabias palabras de Goethe sobre los démones, quienes, después de haber cumplido nuestra tarea sobre este mundo, nos ponen la zancadilla una y otra vez, hasta que nos desangramos. Hubo un démon para mí, cuyo poder fue muy grande, porque estuvo unido a los resultados de mi filosofía, y temo que haya cortado la última ligadura firme que me ataba al mundo. He mirado a la Esfinge a los ojos, despojada de velos, y ya no hay ningún velo más que me la pueda ocultar. Pues me repugna la fama, ese licor de la mesa de la vida, que aún no he probado. Estoy con mi cuerpo completamente seco, duro como el acero, inexpresablemente cansado. Se cumple en mí la sentencia de Gracián, que dice que el espíritu exige alimento, igual que el cuerpo. Pero, si no tengo ya ambiciones, ¿dónde encontraré el alimento?
De hecho, una sola pasión subsiste en mí, manteniéndome firme; es de naturaleza subordinada, y penosa en extremo: el amor al orden. Me gustaría haber acabado con todo, haber dispuesto mi casa, y no puedo. Mi destino pende provisionalmente sobre el abismo de este hilo, que roe la total indiferencia; o quizás vuelva a encontrarme de nuevo en suelo firme al reencontrarme contigo.
Lo próximo que trataré de ordenar son mis escritos, y espero tus noticias sobre este particular. Mándame primero lo que deba revisar, y el resto mándamelo poco a poco.
Deseo, desde lo más profundo de mi alma, que pueda desplegarse como llama ardiente el fuego apagado de mi voluntad, o que adquiera nuevos impulsos gracias a mi trato contigo, a fin de que nuestra convivencia no se hunda en la fría noche de la incubadora melancolía."
"Halberstadt, 22 de octubre de 1875
"Querida Minna:
"Resulta difícil adquirir un punto de vista adecuado, en relación con tu última carta; pues nosotros nos encontramos en posiciones diferentes, tanto en lo que se refiere a nuestro fuero interno, como en las relaciones externas. Mientras que todo indica que tú, por lo que parece, aún debes alcanzar la cúspide, cuyo escarpado muro retrocede a menudo ante ti, yo solo veo ante mí trabajos que he de sentir como una carga. Yo ya he recolectado mi fruto dorado; las consecuencias que esto acarrea: correcciones, correspondencia y polémica, suponen un penoso trabajo. Y no me hables de los Ensayos filosóficos, pues, prescindiendo de que serían una "Selección de espigas", podrían no realizarse, sin problema, y por eso no pugnan en mí para cobrar forma. En cualquier caso, los abordaré cuando estemos juntos; pero si el viento no sopla mientras los esté escribiendo, les faltará la adecuada consgración. Es cierto que los estados de ánimo se alternan en mí; pero del paso de un bastón vacilante, un ojo avisado puede deducir la dirección hacia la que caerá; y con esto queda dicho que estoy agotado, a no ser que me venga un poderoso impulso desde fuera, es decir, los medios -los grandes medios- necesarios para llevar a cabo esto que ya he planteado varias veces como el contenido de un posible segundo período de mi vida. Yo me he planteado metas que exigen un ánimo capaz de realizar la limpieza de los establos de Augías, que ya te he descrito más arriba: cargas, cargas y nada más que cargas.
Las relaciones externas no establecen la más mínima diferencia entre nosotros. Con tu dotada inteligencia, hija del sol para excellence, te satisfaces a ti misma por completo, y deseas seguir un impulso innato de tu ser -que también existe en mí, y quizás aún más poderoso que en ti- a llevar una estrecha vida espiritual en común, en un tranquilo rinconcito oculto, muy apartado de la polvorienta carretera principal, creyendo poder llevar a buen fin tu trabajo, segura en un entorno de este tipo. Yo, por el contrario, podría hacer aquello que he de hacer dentro de poco en cualquier parte.
Según esto, la expresión que me pone a tu "disposición" no corresponde a la realidad. Mas dejemos esto. Quién sabe lo que traera el futuro; y por eso, repito con completa seguridad, que una vida sin sobresaltos contigo también se encuentra entre mis deseos, uniéndose a ello la esperanza de que me proporcione una tarea que me resulta placentero afrontar. Pero cuando pongo todo esto en tus manos, entonces puedo muy bien esperar ahora que te salgas de lugares comunes, sin hacer un lugar especial de una "casa de guardabosque", una "solitaria cabaña de pescadores junto al mar", un "molino alto en las montañas", etc. al que querer marcharnos... Creo que las montañas sería el lugar adecuado, si tú quieres dejar tus recuerdos ligados a las cercanías de Offenbach. Nosotros sólo tenemos que tener soledad, y no vivir en el mismo lugar que los demás: esto último es una conditio sine qua non, pero solamente a causa de las frecuentes interrupciones, carentes de significación alguna. Las montañas cumplen tan bien el verdadero fin como Kronberg, Seeheim o un pueblo cualquiera en el Harz. Luego, tendría que haber, también, una biblioteca en las proximidades, así como los objetos domésticos de primera necesidad, porque si no pudiesen satisfacerse aquí rápidamente ciertas necesidades, sufriríamos privaciones y sería difícil alcanzar la paz."
El 1 de noviembre de 1875, volvió Mainländer a Offenbach, tras finalizar su año de Servicio Militar, rondándole pensamientos de muerte por la cabeza, como se deduce de las siguientes notas:
"Diciembre 1875.
"Me resulta inconcebible cómo has renunciado a la esperanza de llevar conmigo una vida larga y feliz, y poseerme solo hasta mi muerte natural, después de mis cartas del último período de mi estancia en Halberstadt, y después de la más precisa exposición de mi estado. Vivo aquí con la perspectiva de acabar trabajos imperiosos y penosos, que me estaban reservados; pero más allá de esto, miraba (igual que miro ahora fijamente) a la nada, o a un camino oscuro, del que te aleja tu naturaleza, y que, por tanto, debo recorrer solo. Que junto a estos trabajos agobiantes haya aprecido aún un embriagador florecimiento de mi espíritu, parecido al que caracteriza a un insecto, cuando pone en otoño su última larva, para después morir, es algo secundario. Todo esto supone recolectar las espigas de campos cosechados, y da trabajo para meses, pero no para años. Si no he de buscar la muerte con placer, después de que este fruto haya madurado, al faltarme ya cualquier motivo, he de ingresar en el ámbito de la socialdemocracia, que me permitirá agotarme y aturdirme, para no escuchar las seductoras voces de este anhelo de reposo absoluto, y de alcanzar la redención para siempre.
Todo está como lo he dejado escrito en Halberstadt; pues yo no engaño a nadie; tengo las cosas claras desde hace años, y no juego al escondite con los demás. Los discursos que me elevarán hasta las más elevadas olas del partido, se encuentran en sus rasgos fundaentales ante mí, y su elaboración exige solamente un par de días. No necesito, pues, sino hablar dos palabras con los dirigentes de la actual sociademocracia, convocar luego una asamblea en Frankfurt, y al tercer días hablarán de mí todos los períodicos, y todos los trabajadores penderán con ardor de mis labios, pues clarificaré y defenderé sus asuntos como nadie antes lo ha hecho. Si he de preferir el reposo de la muerte a todo esto, y he de sellar con ella mi doctrina, no lo sé por ahora. Pero sí sé que no puedo llevar una vida espiritual de Feacio, ni en base a una mina de oro, ni de una montaña entera de coronas de laurel.
He sido educado durante treinta y cuatro años, por fuera y por dentro, para la actividad política, es decir, para trabajar por la humanidad; y quien hace tal cosa, está despegado de personas y cosas. No se deja atar, como no se dejó atar Albano por la extremada feminidad de Linda. Asimismo, únicamente puede concebir todo lo personal en relación la humanidad; y existe un punto de vista, como ya he indicado de viva voz, donde me siento completamente libre, incluso cuando lo concibo todo personalmente. La humanidad, para la que escribí mi obra y ahora empeño mi vida, sin tener ningún provecho personal a la vista, te habrá de agradecer un día todo lo que fuiste para mí.
Que yo, a pesar de esta individualidad, libre ante las personas y las cosas, pueda ser de "seductora amabilidad", y a pesar de mi "filosofía de la clemencia y la renuncia", mantenga los pies en la tierra, no habrá de extrañar ni por un momento a nadie que juzgue imparcialmente. Ante todo, Cristo ha podido probar que pasión y renuncia al mundo pueden coincidir en la misma parábola con los cambistas y la higuera que no dio fruto. Así pues, ¿por qué herir con tanto ahínco?
Ya te he dicho a menudo que yo, precisamente por ser apasionado, no puedo soportar el apasionamiento en los demás. Bajo este hálito, se vuelve frío corazón.
En Taunus Strasse, cuando escribí el primer volumen de la Filosofía de la redención, eras débil, dulce, triste, abnegada, y estabas en el camino correcto para convertirte en una auténtica Masodhara. Esto suscitó en mí todo tipo de simpatías y el fruto fue una vida bella y un recuerdo bonito e imborrable.
Acabo por hoy. Llega a ser lo que una vez fuiste. Déjate de nuevo aconsejar, como entonces, por el hálito de la muerte, que es la meta de todos los seres humanos, y deja que el brillo del sol se refleje en tu espalda por el camino que ambos seguimos, y que tenemos por delante, aunque ya por poco tiempo. Porque más allá de los seis meses próximos, como ya he dicho, se abre ante mí la tumba o un camino que tu pie no puede hollar. En tu mano está concederte a tí, y quizás también a mi (es decir, si ingreso en el camino del partido) conceder un nuevo y bello recuerdo.
No tienes mejor amigo en la tierra que yo; pero mi corazón no pertenece ni a padres, ni hermanos, ni amigos, ni siquiera a la humanidad...; pertenece a mi Dios."
Unos días después:
"Me someto, y no respondo, como me gustaría hacerlo a tu rara y precipitada decisión. ünicamente te repito que "seas razonable", y que "en tu mano está". ¿Por qué no te remites a los testimonios de lo que tú llamas "la propia mano", la carta donde yo, aún en Halberstadt, había descrito clara y precisamente el estado de mi alma? Sólo a ella me he referido, porque era una de las últimas, aunque no la última. Las demás cartas no prueban nada.
¡Claro que me gustaría fundar la "Escuela Superior"; pero todo calla en torno mío; y si leyeses atentamente mi carta, encontrarías que yo siempre, siempre, he hablado de un impulso externo! Y éste no existe. Por tanto, la cosa queda desautorizada por sí misma.
A pesar de ello -y este es el segundo y más importante punto-, no podría una "predisposición hereditaria" a la melancolía diez veces mayor que la que yo poseo impulsarme a la muerte. Una actividad tranquila y apacible podría ya destruirla, en todo caso, ya en el segundo día; más aún una actividad agitada, que se pone completamente al servicio de los pobres y sombríos hermanos, para alcanzar, al menos externamente, una existencia digna de seres humanos. En ella reside su anestesia y su satisfacción.
Si no elijo esa actividad, muero por ausencia de cualquier motivo, como ya he explicado claramente, y no por la desenfrenada adquisición de "oscuridades", que debe resistir "con fuerza varonil un legislador de la humanidad". Pero parece casi cierto que yo la eligiré. El destino habla muy claramente: por todas partes, se me azuza a seguir este camino, y, a pesar de todas las reticencias, me cruza por la mente el pensamiento de que yo encontraré allí aún una mejor espada que "la filosofía de la redención".
Quizás me sea entonces concedido realizar mis pensamientos más queridos, fundar la Escuela, y por cierto, sobre las ruinas del Estado moderno."
Finales de febrero de 1876:
"Tienes toda la razón, cuando dices que "estamos comenzando a perdernos".
No solo vas hacia atrás, sino que yo corro apresuradamente hacia delante; y la distancia se hace cada día más grande. Lo único que puedo hacer es esperar un instante, y animarte a avanzar de nuevo, asirte del borde de mi vestido, y luego cerrar los ojos, para que no te acometa el vértigo. Pero esto no es, en realidad, otra cosa que exigir un reconocimiento, es decir, algo casi imposible. No obstante,
"todas las cosas son posibles para Dios."
Mi desarrollo interno es un hecho que has de explicarte de alguna manera, pero no es posible hacer que no haya sucedido, ni puede ser detenido su ulterior decurso.
Mi desarrollo interno se cumple según la ley de la velocidad en la caída, es decir, crece al cuadrado. Es un desarrollo cuyo aspecto se ofrece tanto a fuertes como a débiles, cultos como incultos, como al secretario de Egmont:
"Perdonad, señor, que me maree, cuando creo que un hombre va a toda prisa."
Dejé Halberstadt, con la ilusión de que encontraría aquí un trabajo de corrección, y podría terminar mi "Selección de espigas". Luego veía la tumba. Escribí que yo solamente podría contener la muerte mediante un requerimiento exterior, y que tenía tan requerimiento por imposible. Todo calló en mí, y retrocedí ante el contacto con el mundo.
Me vine a Offenbach.
En dos meses (noviembre y diciembre), corregí contigo, una vez más, todo lo manuscrito:
1) Los Hohenstaufen.
2) La Filosofía de la red.
Ordené: 3) durante tres días mis papeles.
escribí: 4) Rupertine del Fino.
5) 600 páginas impresas pequeñas: Mi vida;
mantuve: 6) una amplia correspondencia y pulí en tres días el material de
7) Buddha y Tiberio, de manera que en cualquier momento pueden ser puestos en verso.
Leí 8) regularmente los períodicos,
corregí contigo 9) las difíciles pruebas de imprenta de la Filosofía de la redención, y las aún más difćiles de los Hohenstaufen
estudié: 10 los Salmos, Job, Koheleth, y además, línea a línea, el Manual of Budhism, la República de Platón y el Parzival.
El 4 de enero, comencé mis Ensayos, y en pocos días, antes de este mes (febrero) los concluiré, e incluso es probable que estén terminados antes. Serán seiscientas o setecientas páginas impresas en 8º, y la Filosofía de la redención deberá palidecer ante ellos, como las estrellas ante el sol.
Y en esta febril actividad llegó una voz de allí de donde menos lo hubiese sospechado: de dentro.
Te he dicho, primero, que sólo tendría elección entre la actividad pública y la muerte.
Pero, pocos días después, debí escribirte que la muerte había llegado a ser improbable.
Y, de nuevo, pocos días después, se desató en mí el viento tormentoso, que crece y crece a cada hora, y que nada puede ya detener. Y, si nuestra madre volviese de su tumba, y se interpusiese, la arrojaría lejos de mí, como ahora hago contigo, y andaría por encima de sus grises cabellos, fija la ebria la mirada en la luminosa lejanía, en la que surge ante mí la imagen de una humanidad carente de sufrimiento.
Y si fuese el hombre más tonto y estúpido, llevaría a cabo con este "tiempo tormentoso" en el alma, como canta Wolfram, y con una inconmovible confianza, todo lo que debo culminar; y porque debo lograrlo, lo lograré.
Yo seŕe terriblemente zarandeado desde fuera; pero el alma es inconmovible y ajena a la tierra: ella sonreirá, mientras el ojo llora y el cuerpo grita.
¿Yo, un socialdemócrata? ¿Yo, un líder de los socialdemócratas, como Lasalle? ¡Oh, qué distancia hay entre nosotros, que apenas nada puede colmar!
Ayer escribí:
Si se me pregunta si quiero ser ciudadano de un Estado ideal, diré rotundamente: ¡No! Si se me pregunta, en cambio, si quiero comprometer mi bien, mi sangre y mi vida en pro de la realización de un Estado ideal, dire sin ambages ni limitaciones: ¡Sí!
Diría no, porque yo, proponiéndome mi bien individual, no tengo ningún intéres en absoluto en un Estado ideal.
Diría sí, en cambio, porque la redención de la humanidad depende del Estado ideal.
Y añado: por consiguiente, ningún miembro del partido, ningúna orden del partido, ninguna concesión del partido; pero, por encima del partido, todo por el partido.
Ya Gutzkow dijo, hace años:
"Nuestro tiempo está maduro para una nueva revelación del Mesías.
Qué harían, pues, los poderosos, con una personalidad, que, etc..."
Sería para el mundo lo que fue para los judíos.
Ha penetrado una quietud en las almas del mundo, para escuchar el soplo y la cercanía de la Divinidad.
También es la Divinidad la que escribe mi nueva obra; es el Espíritu en el que me hallaba antes del mundo, el que conduce mi mano. Mi actividad no puede explicarse de una manera común, puramente individual.
Agárrate a mí, si quieres seguirme; si quieres impedírmelo, te aplastaré. Ya no existe ningún individuo privilegiado para mí, ni puedo hacer distingos entre un ser humano y otro.
Y ahora,puede ser movido el hombre exterior.
Únicamente puedo hacerte aquí la más seria exhortación para que no juegues con el poder y la fuerza que te han sido dadas. Por lo demás, puedo ser razonable. Voltaire dijo:
"Nous n'avons que deux jours à vivre; il ne vaut la peine de les passer à ramper sous des coquins méprisables." ("coquins" y "méprisables" han de traducirse aquí con "appréhension" y "déplorable").
Piensa en las palabras de Jean Paul en Titán:
"Quien aún teme algo en el universo, aun cuando fuese el Infierno, es un esclavo, y termina luchando con fantasmas."
Has de achacar, pues, a mi impaciencia y a la prisa algunos incidentes, pero no los deduzcas de fuentes que no existen."
De algunas hojas sueltas de enero-marzo de 1876:
"Abandono la lucha. Veo claramente que no me comprenderás nunca, igual que la Filosofía de la redención no ha influido en tu corazón.
En mi camino, no necesito a nadie que me anime, pero tampoco puedo tener a nadie que me corte las alas. ¿Cómo ha de ser posible una simpathie de coeur entre dos seres, uno de los cuales se ve enardecido por una meta que el otro aborrece? Tal fue mi ingreso en el ejército; y así sucede con mi próximo hermanamiento con la "crapule", siguiendo ambas decisiones de principios de los que depende mi ascenso o caída. Aquí únicamente es posible una sympathie d'épiderme. Eso lo vería hasta un niño...
¡Tú, mi discípula! ¡Ah, ah! ¡Cómo se abren mis llagas! Veo a las claras lo rebelde que es la materia humana en relación con el proyecto al que deseo acercarme. cuán necesario me parece que, la fuerza de la acción ha de unirse a la palabra de la Filosofía de la redención; que no solo debe predicarse la renuncia al dinero y a los bienes, sino también a la propiedad y todo lo demás: ese último vínculo, que ata a unos hombres a otros, debe ser aniquilado de hecho."
* * *
"Solamente un renacimiento (¿es esto algo tan difícll de entender?) puede renunificar de nuevo nuestro interior, pues nada se interpone a seguir un camino vital juntos desde un punto de vista externo...
Cuando uno quiere ir a la muerte, ningún poder del cierlo ni de la tierra puede impedirlo. Tal acontecimiento está siempre frente al individuo particular, como una inundación, un terremoto, etc...
Estaba contento de verte en el mejor camino; y ahora, en relación con mi proyectado ingreso en el movimiento social, que está en una estrecha conexión con mi filosofía, he de leer otra vez cómo enuncias concepciones y proposiciones que ni el aristócrata más recalcitrante y vanidoso podría callarse, que muestran con total nitidez el abismo quee xiste entre nuestras almas. No me extraña,p orque no hay que pedir peras al olmo.
La inaudita lógica por la cual dices que tú, en virtud de haber enviado la Filosofía de la redención a una editorial adecuada "has tejido con tu propia mano mi mortaja" (!), o "lo que aún es peor, me has allanado el camino para caer en el gouffre de la crapule" (!!) (¿Por qué no mejor "en el pozo del infierno"?) ¡Si pudieras arrepentirte de haber conducido esta obra a buen puerto partiendo de otra base!
Mas, entretanto, créeme que sólo ahora ha de empezar la lucha en mar abierto. Sólo yo tendré la fuerza (acentuando solamente una dirección), para soportar los miles y miles de ataques que me acarreará el libro. Deberé caminar inmerso hasta la rodilla entre mala baba y mentiras; mis contrincantes luchan por su pan, y por eso les vale cualquier medio. Si tuvieses tan solo un presentimiento de lo que ataca el libro, te lo habrías pensado tres veces, y lo mantendrías oculto, a causa de cualquier peligro ulterior.
Habré de abrir camino a mis nuevos trabajos por mí mismo, superando antes las dificultades que me surgieron con la Fil. de la red. He de encontrar un editor que, igual que yo, esté dispuesto a poner su persona en dificultades, y no encuentro uno así en la Leipziger Königsstrasse, ni en Berlín, en el Konigsgraätzer Review. Mas yo lo encontraré, porque debo encontrarlo.
¿Yo, "un tribuno de la plebe, que retumba, adoptando la pose retórica tipo Lasalle", que"acompaña con un invisible redoble de tambor, un toque de clarines, una fanfarria cada frase, para que la reciba la querida multitud? Cuando yo les hablo, debe sonar como si se les leyera en voz alta el libro de un finado... Ha de ser como si les hablase un espíritu que, después de haberles hablado, vuelve a su tumba. Pues en mí ha muerto la ambición y el placer por cualquier motivo de los que mueven al pecho humano."
* * *
El deseo de ingresar en el sendero de la socialdemocracia parece haber vencido por un momento, como se deduce de la conclusión de la "Autobiografía", en donde escribe, el 7 de marzo de 1876:
"El 1 de noviembre de 1875, retorné a Offenbach. Al abandonar Halberstadt, creía que en mi ciudad natal solamente habría de ocuparme de las pruebas de imprenta de mi Filosofía de la redención, a la que tendría que añadir una breve "Selección de espigas" de mis pensamientos. Pues ninguna voz resonaba en mí, y fuera se imponía un silencio mortal, así que contesté a la pregunta: "¿Y ahora qué?" con un corazón rebosante del deseo de un reposo absoluto. Pero las cosas siguieron otro derrotero.
Revisé una vez más el manuscrito de mi obra principasl. Entonces, empecé la segunda mitad de este libro. Luego, escribí en diez días una nouvelle: Rupertine del Fino -que ha sido la primera y la última-, tan solo porque mi hermana afirmaba que yo no podría escribir ninguna novela. A continuación, escribí todo el segundo tomo de mi Filosofía de la redención, primero, por amor a mi hermana, a la que se lo debía, como cuando se salda la palabra dada a un fiel camarada, aqunque la corriente que fluye dentro y fuera de nosotros en el devenir de todas las cosas haya cambiado por completo el núcleo originario y esencial de tal promesa.
Y en el curso de la escritura nació en mi corazón una infinita compasión por la humanidad: ahí me habló, por una vez, clara y perceptiblemente, el soplo divino: "Aún no estás agotado; debes servirme aún. Luego, ingresa en la paz eterna." Hacía dos años que le había dicho a mi hermana: "Tienes razón. No puedo actuar en pro del pueblo en el Estado más que a través de la pluma. todo mi ser se rebela contra la idea de caer en tales turbulencias sociales..." Hoy, un torbellino me impulsa a ponerme en mitad del pueblo; y si mi madre saliera de su tumba y tratara de impedírmelo, pasaría por encima de sus cabellos grises."
* * *
La última manifestación escrita que poseemos de Mainländer se encuentra en una carta de marzo de 1876 (cuatro días antes de su muerte), dirigida a su editor:
"La crítica de Hartmann se la enviaré mañana. Dado que yo me mantengo o sucumbo con mi filosofía, mi punto de vista frente a Hartmann no puede alterarse en nada; de manera que le reitiero mi petición de que lo imprima rápidamente, si no tiene pensado Vd. otra cosa.
Espero los veintitrés primeros ejemplares de la obra completa, que me anunciaba Vd. en su amable carta. Seis de ellos quiero enviarlos directamente a la dirección de mi hermana; otros tres los enviaré al profesor Drobisch, Gutzkow y Gotschall. Los restantes, saldrán como regalo, pero esto hara que, muy probablemente, susciten de un modo indirecto juicios positivos en la opinión pública. Por lo demás, los ataques vehementes son casi más valiosos que los locos aduladores, conforme a lo que dice Goethe:
"Todos los adversarios de lo espiritualmente grande, de una gran idea, sólo hacen que salten las brasas por doquier, y prendan allí donde no hubieran tenido efecto alguno, si no lo hubiesen provocado."
En general, concibo mi filosofía como el bajo fundamental de un período de la historia que comienza, y mi principal esfuerzo será, junto con mi ataque a Hartmann, en el que lo viejo y absurdo que se hunde estalla una vez más, dejar que resuenen voces enérgicas desde abajo hacia arriba. Quizás las consecuencias de ello no hagan acto de presencia rápidamente; pero espero que usted, igual que yo, no sea de esos impacientes que quieren cosechar inmediatamente al mediodía el grano que han sembrado a la salida del sol."
* * *
El 31 de marzo de 1876, tenía Mainländer el primer tomo de su obra entre las manos. Dijo que ahora su vida carecía de ningún objetivo. La noche siguiente, le puso fin."