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MANIFIESTO A FAVOR DEL PESIMISMO (1-11-2020)

MANIFIESTO A FAVOR DEL PESIMISMO


En una época caracterizada por la posverdad y el predominio obscenamente sofístico de la ficción virtual, creo que el principal reto de la filosofía es el mismo que fue en la época de Sócrates y Platón, a saber: decir la verdad, cueste lo que cueste.

Frente a la propuesta posmoderna, inspirada en Nietzsche, según la cual la mentira, el engaño y la ilusión son necesarios para la vida, pienso que hoy más que nunca es necesario aplicar todos nuestros esfuerzos en echar abajo todas las ilusiones, mentiras y falacias sobre las que hemos venido construyendo nuestras vidas a lo largo de las últimas décadas, y decidirnos a vivir a la intemperie de la verdad.

Ya hemos pasado demasiado tiempo bajo el signo de lo que Laurent Berlant llama el “optimismo cruel”, esa perspectiva deformada que no cumple lo que promete y nos apega a vanas fantasías que, cuando se desvanecen, derivan nuestros espíritus hacia la más desorientada depresión. Es hora de encarar la verdad. Y la verdad es que todo lo que nos rodea contribuye a la disolución de las ilusiones que, como si fuesen “paños calientes”, nos habían arropado hasta ahora. Hemos asistido al desplome de las ilusiones sociales, económicas, medioambientales, políticas, y recientemente sanitarias, que habían apuntalado nuestro endeble edificio vital, dejándonos desnudos ante una estremecedora evidencia: estamos solos ante un mundo que, como afirma el filósofo italiano M. Sgalambro, está en contra nuestra.

Quizás “otro mundo” sea posible, como dicen algunos; pero mientras ese mundo “mejor” llega, no nos queda otro remedio que enfrentarnos al mundo real.

En consonancia con esta “voluntad de verdad”, que habrá que mantener en el futuro a toda costa, la filosofía debe proponerse volver a las cosas mismas, como sostenía la fenomenología, pero enfocándolas de otro modo, es decir, viendo en ellas lo que supo ver como nadie primero el budismo y luego la filosofía pesimista contemporánea: que las cosas (y ese tipo especial de cosas dotadas de reflexión que son las personas) se caracterizan, ante todo y sobre todo, por su dukkha, es decir, por provocar y padecer sufrimiento, dolor, desilusión y muerte. Este es el camino de la verdad, sin tapujos. Como reza uno de los versos incluido en el enigmático poemario Cantos para los abatidos, atribuido al misterioso Pseudo-Leopardi, este mundo es el peor entre los peores de los mundos posibles.

Por eso, atendiendo al giro pesimista que propongo aplicar en adelante al lema husserliano, se requiere actualmente un retorno al pesimismo. Zurück zum Pessimismus! debería ser, a mi entender, el motto de la filosofía del futuro.

Cuando todos los discursos progresistas, buenistas y justificativos de la existencia nos abandonan, y el mundo entra (una vez más) en bancarrota, solo la filosofía pesimista parece ofrecernos un agarradero sólido e inmutable, por el que no parecen pasar los siglos. Volvamos al pesimismo, como ya ha pasado otras veces a lo largo de la historia, no para perdernos en vanas lamentaciones, sino para recobrar la lucidez, para ver las cosas con claridad y distinción, es decir, en su verdadera (y nefasta) esencia, y así recuperar la vida en su auténtica dimensión de inseguridad, zozobra e incertidumbre, a fin de que arraigue en nosotros la certeza de que no nos queda otro camino que arrostrar la existencia con valor y denuedo.

El pesimismo que defiendo no debe ser quietista, sino activo, combativo y heroico (como sostenía José Vasconcelos). También aquí me parece que sirve de mucho atender a las reflexiones del citado Sgalambro. Siendo este mundo malo, pésimo y desconsolador, la filosofía debe asumir el reto de luchar con todas sus fuerzas para que no llegue a ser aún peor, para que no se incremente el monto de dolor y sufrimiento que ya hay en el mundo. Y esto exige que la filosofía sea, hoy como nunca anteriormente, crítica: su cometido ha de ser analizar despiadadamente las mentiras que tejen continuamente para embaucarnos los corifeos del sistema, para evitar que el desvelamiento de su falsía produzca en nosotros un hundimiento moral aún mayor.

Una filosofía regida por una decidida voluntad (pesimista) de verdad debe responder, asimismo, a lo que Sgalambro llama el “imperativo el final de los tiempos”, una ficción útil que puede ayudarnos a afrontar los tiempos ariscos que se avecinan: en una época de continuo cataclismo, debemos decidirnos a adoptar una actitud filosófica que enfile todos los eventos humanos como si nos hallásemos próximos al fin del mundo.

A estas alturas, como se nos sugiere en numerosas películas y series de ciencia-ficción, parece obvio que solo una catástrofe planetaria puede contribuir a unir solidariamente a los seres humanos, para ayudarse mutuamente, evitar el egoísmo que predica el darwinismo social y arrostrar juntos el sufrimiento. En ese contexto, la filosofía debe enseñarnos a ver en cada uno de nuestros congéneres a ese ese eventual compañero, junto al cual deberemos luchar y aguardar abrazados el instante fatal e inevitable que pondrá fin a todos los delirios humanos.

Mientras el optimismo bobalicón siempre se encuentra dispuesto a sacrificar nuestras haciendas y vidas a la ilusión de un advenimiento celestial que nunca llega, ni llegará, el pesimismo no nos exige ningún sacrificio, sino que más bien trata de evitar que los seres humanos se sacrifiquen, o sean sacrificados, a cualquier ídolo ilusorio, con la intención de rescatar al individuo concreto. En este sentido, un reto fundamental al que habrá de enfrentarse la filosofía que ha de venir ha de ser enseñarnos a resistir impávidos y solidarios, con “ánimo esforzado” –como diría nuestro señor D. Quijote- las pruebas que nos mande el destino (es decir: ese mundo que pasa de nosotros, y al que le somos completamente indiferentes).

Finalmente, pienso que la filosofía del futuro, en consonancia con el giro apuntado, habrá de desarrollar una estética muy alejada de la nietzscheana: la misión de esta estética no será tejer una red de mentiras que hagan la vida soportable, sino utilizar los símbolos y las obras de arte para desvelarnos la verdad acerca de la vida y ayudarnos a conocerla en su verdadera y trágica dimensión, a fin de ayudarnos a reunir ánimos para afrontarla. Como leemos en el Más antiguo programa del idealismo alemán, filosofía, arte y poesía deberán ir al fin de la mano, para construir una mitología a la altura de nuestro tiempo aciago, capaz de apuntalar al ser humano ante la tormenta perfecta que va cobrando fuerza a medida que avanza nuestra existencia.

Madrid, 1 de noviembre de 2020

Año del Gran Confinamiento

MANUEL PÉREZ CORNEJO, Viator.


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