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"Decadencia" de Onfray

El pasado 2017 publicaba el filósofo francés Michel Onfray el segundo volumen de su "Breve enciclopedia del mundo", su gran proyecto filosófico, que se acaba de traducir al español con el título: Decadencia. vida y muerte de Occidente (Paidós, 2918).

En este libro, Onfray, que ha hecho gala en los últimos años de una productividad verdaderamente prodigiosa, nos presenta lo que podríamos llamar su "filosofía de la historia", o, más bien, su "filosofía de nuestra historia", porque trata de ofrecernos una explicación del camino seguido por la civilización judeocristiana occidental, desde su surgimiento en el siglo I hasta nuestros días. Como él mismo afirma, su intento de explicación no pretende ser ni optimista (el propio título del libro hace superflua esta aclaración), ni pesimista, sino trágico, porque, según dice, "el optimista quiere mejorar el presente con el futuro; el pesimista quiere lo mismo, pero en el pasado [sería interesante saber qué habría pensado de esta definición Schopenhauer]. Uno promete el paraíso con el progreso; el otro, con el regreso [?]"; en cambio, "el trágico {grupo al que él cree pertenecer] ve lo real tal cual es (...); ve y no traza ningún plan para impedir que lo real sea. [Constata que ] es así y no de otra manera". (pág. 34) Con esto, Onfray nos está dando la clave de su proyecto: pretende hacer una "filosofía de nuestra historia" occidental partiendo del pensamiento trágico de Nietzsche, y de sus presupuestos vitalistas y perspectivistas.

Tomando como base a Nietzsche, Onfray realiza en su libro una interpretación de la realidad basada en la lucha de potencias o poderes. Aplicando esta interpretación al ámbito socio-histórico, sostiene que una civilización surge cuando crea una ficción en la que cree, y sabe luego imponerla y defenderla con fuerza. Ahora bien, coincidiendo con la famosa tesis expuesta por S. Huntington en su libro El choque de las civilizaciones (1996), Onfray asegura que la ficción más importante, de la que extrae su jugo vital y toda su fuerza impositiva cualquier civilización, es la religión: mientras una civilización crea en su religión, luchará y vencerá; en cambio, cuando deja de creer en ella, pierde fuelle y se debilita, siendo presa fácil de otras civilizaciones emergentes, que terminan más pronto o más tarde por imponerse sobre ella. Como estamos viendo, en todo este análisis Onfray no se muestra muy original, y sus palabras nos suenan a algo ya conocido.

Partiendo de estos presupuestos "nietzscheanos-huntigtonianos", Onfray emprende una "genealogía" de la civilización judeocristiana occidental (dejando de lado, por cierto la parte judía de dicha civilización, pues a lo largo de libro los judíos únicamente aparecen como las principales víctimas de nuestra ansia de poder). Señala que nuestra civilización ha erigido su poder a lo largo de veinte siglos sobre la ficción simbólica de Jesucristo-Dios, reinterpretada de manera dogmática e intolerante por San Pablo y la Iglesia. Se trata de una civilización que ha dominado apoyándose en una serie de abstracciones centradas en la muerte y contrarias a la vida. Estos fundamentos hacen de nuestra civilización algo paradójico, porque se ha impuesto y ha extendido su potencia vital basándose en la idea de la muerte, lo que le ha dado desde sus inicios un carácter paradójico, que a la larga ha terminado pagando.

Desde el siglo XVIII, con la Ilustración y el avance de las ciencias, la ficción divina fue resquebrajándose, hasta producirse lo que Nietzsche denominó la "muerte de Dios". En este punto el chovinismo filosófico de Onfray es realmente pasmoso, puesto que sostiene que la idea de la "muerte de Dios" la introdujo por primera vez en 1729 nada menos que el abate Meslier. En realidad, hoy sabemos que a Nietzsche se le "ocurrió" esta idea -como tantas otras- después de haber leído en 1876 la Filosofía de la redención de Ph. Mainländer (ed. Xorki, Madrid, 2014), y que fue de este libro de donde extrajo la célebre expresión, que luego quedaría asociada a su nombre, hasta el punto de olvidar quién se la había sugerido (¿será verdad aquello que afirmaba Wagner, cuando decía, poco antes de su muerte, que "Nietzsche no tuvo una idea propia, ni sangre propia" y que toda la sangre de Nietzsche era "sangre extraña que le ha sido trasvasada? [Cósima Wagner, Diario, 4-2-1883]). Decir que el bueno de Meslier es el introductor de esta idea en Occidente es, como poco, una boutade: ateos como él los ha habido, y muchos, en la historia, pero ser ateo es una cosa, y teorizar acerca de un acontecimiento tan terrible y trascendental como la "muerte de Dios", con todas sus consecuencias, es otra: aquí habría sido necesario que Onfray hubiese atendido más a los datos históricos y menos a la pasión nacional.

Sea como fuere, lo cierto es que Onfray constata cómo, tras la "muerte de Dios" se inició la decadencia de la civilización judeocristiana. Siguiendo aquí también a Nietzsche, Onfray considera que, habiendo dejado los occidentales de creer en la ficción divina, esta ha desaparecido del horizonte axiológico de nuestra civilización, pero una serie de "ídolos" han ocupado el puesto que esa ficción ha dejado vacante a lo largo de los siglos XIX y XX, dando lugar a los diversos tipos de totalitarismos, que, enraizados en los presupuestos tanatológicos sobre los que se basa nuestra civilización, han atormentado y aniquilado a millones de seres humanos: comunismo, fascismo, nazismo, e incluso el propio capitalismo globalizado y desterritorializado.

No obstante, el fracaso de todos los sistemas políticos y económicos mencionados, unido a la crítica de los "grandes relatos" llevada a cabo por el estructuralismo y la posmodernidad, han terminado por derrumbar también estos falsos "ídolos" que aun separaban nuestra civilización de su caída en el nihilismo consumado. El resultado es que, a estas alturas del siglo XXI, la lucha se dirime entre nuestra civilización que, agotada por el nihilismo, carece ya de fuerzas vitales y de una religión en la que creer, y una civilización pujante, como el Islam, que, además de creer con fuerza en sus ficciones religiosas (hasta el punto de estar presta a morir por ellas), tiene a su favor la demografía. En estas condiciones, Onfray considera que Occidente tiene todas las de perder, y lo que se alza sin remedio ante nuestro horizonte no es otra cosa que la sombra de la más humillante entrega al Islam, es decir a la sumisión (como ha sugerido lúcidamente M. Houellebecq, en su novela del mismo título).

Vemos cómo el análisis de nuestra decadencia que lleva a cabo Onfray -expuesto grosso modo, sin que este breve resumen pueda sustituir en modo alguno la lectura del libro-, además de depender en buena medida de las tesis de Nietzsche, recuerda también las ideas planteadas por Spengler en su mítico y discutido libro La decadencia de occidente. El mismo Onfray reconoce de pasada su deuda spengleriana, aunque matiza: el ciclo de nacimiento, vida pujante, decadencia y muerte, mediante el cual Spengler explica el curso de cualquier civilización histórica, no debe entenderse de igual manera para todas las civilizaciones, pues hay algunas que viven más que otras, igual que hay individuos que viven más que otros, dependiendo de hasta qué punto siguen creyendo en las ficciones que han dado sentido a su vida; así, la civilización judía sigue pujante, gracias a que no ha perdido la fe en su Dios (idea en la que Onfray coincide también con Nietzsche, quien siempre valoró la vitalidad del pueblo hebreo y del Islam, frente a la décadence cristiana), mientras que otras, como la civilización etrusca fueron efímeras y desaparecieron pocos siglos después de su aparición.

Lo que sí parece novedoso (solo parece, como vamos a ver enseguida) es la explicación de fondo que sugiere Onfray en este libro para la historia. Según él, en realidad, el nihilismo es algo que está a la base de nuestra civilización, ya que, como acaba de decir, esta se ha sustentado desde sus inicios, en la idea de la muerte, y ha sido desde siempre una "tanatocracia" (pág. 34). Siempre se ha caracterizado, por tanto, por ser una civilización contraria a la vida, y por eso ahora muere sin remedio. Pero la causa de su muerte es más profunda, y Onfray cree haberla descubierto en un nivel de análisis más radical, pues, según nos cuenta, la vida no es sino una manifestación de la muerte, dado que detrás de todos los procesos del universo se encuentra la ley de la entropía (pág. 32), producto del "colapso de una estrella" o del Big-Bang (Onfray confunde a lo largo de libro ambos conceptos). Dicha ley de la entropía condena sin remedio todo lo que existe, y por supuesto también a todas las civilizaciones, incluida la nuestra, a la destrucción final y a la nada. "La nada es un destino cierto", sentencia Onfray al final de su libro (pág. 563). El barco de nuestra civilización se hunde sin remedio en la nada, igual que se hundieron las naves de otras muchas civilizaciones pasadas, y "solo nos queda sumergirnos con elegancia". (pág. 550)

Ahora bien, llegados a este punto, volvemos a toparnos con la incómoda figura de Ph. Mainländer, al que anteriormente he citado, al señalar cómo Nietzsche tomó descaradamente de él la idea de la "muerte de Dios", reinterpretándola a su modo. Porque del mismo modo que Nietzsche jamás menciona de donde tomó esa idea (dedicándose, las pocas veces que lo cita, a lanzar sus conocidos argumentos ad hominem contra Mainländer), tampoco cita Onfray en ninguna de las más de 600 páginas que componen Decadencia a este precursor de la misma "filosofía entrópica" que él plantea en su obra. Efectivamente: en la anteriormente citada Filosofía de la redención, Mainländer expone la idea, increíblemente original, de que el universo físico es el resultado de la "muerte de Dios", pero para Mainländer esa muerte fue REAL: Dios se suicidó, y decidió ingresar en el no ser, en la nada, siendo el cosmos que contemplamos los restos del "estallido" de este "Dios muerto", que se van desvaneciendo entrópicamente a lo largo del tiempo. Para Mainländer, epígono heterodoxo de Schopenhauer, la voluntad de vivir (e incluso de poder, aunque él no la llama así, sino que habla de vida pujante) es el noúmeno que late detrás de todos los fenómenos, pero a su base hay un trasfondo más profundo: la voluntad de morir, que utiliza la vida para derrochar más rápidamente sus energías, y dirigir con mayor ligereza el universo hacia su objetivo final: la nada. Y ahora lo más interesante: Mainländer aplica en este libro esta idea entrópica no sólo al mundo físico, sino también a la historia y las civilizaciones, y su descripción del curso que estas siguen a lo largo del tiempo es muy semejante a la que describe Onfray en Decadencia: las civilizaciones surgen, hacen gala durante cierto tiempo de una gran potencia vital, pero luego decaen inevitablemente, arrastradas por la corriente entrópica que recorre todo el cosmos, hasta disolverse en la nada, una vez que han agotado todas sus fuerzas, siendo sucedidas por otras que cumplirán el mismo destino.

No se ha probado que Spengler leyese a Mainländer, pero desde luego, Onfray parece como si lo hubiese hecho, y si no ha sido así, su filosofía de la historia y la de Mainländer se parecen como dos gotas de agua, con la diferencia de que Onfray pone al comienzo del proceso entrópico el colapso estelar y el Big Bang, como he indicado más arriba, mientras que Mainländer hace de este proceso una consecuencia de la propia "muerte de Dios", interpretada como el primer hecho de la historia del universo. No obstante, Ulrich Horstmann (1949) ha indicado que las tesis entrópicas de Mainländer proporcionan un soberbio fundamento metafísico a la actual teoría del Big Bang: según Horstmann, Mainländer habría anticipado con su libro, publicado en 1876, la "autodestrucción" interna del mundo, con sus consecuencias nihilistas, sociales y culturales.

Y lo mismo sucede con el filósofo italiano Manlio Sgalambro (1924-2014), quien recoge las ideas entrópicas de Mainländer en su libro La morte del sole (1982), mucho antes de que las plantee Onfray en Decadencia; pero también en este caso, el filósofo galo, obsesionado con Nietzsche, no cita tampoco a este señalado precursor de su propuesta. Es verdad que sí cita a Freud (que incorporó a su teoría, bajo el nombre de "pulsión de muerte", las tesis tanáticas de Mainländer, recibidas, seguramente, a través de Metchnikoff y Sabina Spielrein), pero, como es habitual en Onfray, sólo para desprestigiarlo y burlarse del psicoanálisis: ni una palabra sobre el pesimismo entrópico freudiano.

En todo caso, si tenemos en cuenta que la tesis doctoral de Onfray versaba sobre Les implications éthiques et politiques des pensées négatives, de Schopenhauer à Spengler, sorprende esta ausencia de Mainländer en su último libro, habiendo sido Mainländer uno de los seguidores más importantes del Buda de Frankfurt, y uno de los que más lejos llevaron ese "pensamiento negativo" que Onfray ha estudiado.

De manera, pues, que aunque Onfray parte de Nietzsche y Huntington a la hora de desarrollar su "filosofía de (nuestra) historia", puede decirse que el trasfondo último de su reflexión sobre la decadencia de la civilización occidental y de la tendencia general del universo hacia la nada tiene sus antecedentes en Mainländer, Sgalambro y Horstmann, y creo que es necesario hacer hincapié en esta prelación, para que los lectores de Onfray sepan situar su pensamiento en el contexto correcto. De todos modos, en la pág. 472 del libro (edición española), Onfray deja escapar una frase extraña; dice: "en el arte, como en cualquier otra actividad intelectual, rara vez se cita a quienes se plagia para no despertarlos". El problema es que Mainlánder ha despertadodesde hace al menos una década, después de permanecer mucho tiempo dormido, y sus importantes aportaciones a la filosofía contemporánea ya no pueden ser ignoradas, sobre todo por alguien como Onfray, que se ha puesto a teorizar ahora sobre los conceptos de "entropía" y "decadencia".

Sin duda, el mérito del libro de Onfray (por lo demás muy bien escrito y ameno) estriba en hacer evidente lo que muchos hasta ahora se han negado a reconocer: que el gran relato nietzscheano de la voluntad de poder, el superhombre, la trasvaloración y creación de nuevos valores, la Gran Política, etc., con el que Nierzsche pretendía superar el nihilismo occidental, también ha quebrado, y se ha visto arrastrado por la marea entrópica que Mainländer predijo, y ahora retoma Onfray. Por eso, os recomiendo que leáis ambos libros: la Filosofía de la redención y Decadencia. Vida y muerte de occidente. Ya os digo: se parecen mucho, como dos gotas de agua...

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