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EL PESIMISMO POÉTICO DE ANTERO DE QUENTAL: SUS PARALELISMOS CON MAINLÄNDER Y EDUARD VON HARTMANN

Antero Tarquinio de Quental (Azores, 1842 - Ibídem, 1891) fue un poeta y filósofo portugués, líder de la llamada Geraçao de 70. Entre nosotros es conocido, sobre todo, por sus maravillosos sonetos, que constituyen, a mi modesto entender, una de las pruebas más fehacientes de que poesía y filosofía pueden ir perfectamente hermanadas, como lo estuvieron en los albores de Occidente en el pensamiento presocrático.

La trayectoria vital de Antero recuerda bastante a la de Philipp Mainländer, también poeta y filósofo como él: tras estudiar en Coimbra, entre 1858 y 1864, época en la que ya mostró su preocupación social y sus simpatías por el movimiento de emancipación de Polonia e Italia, publicó en 1861 su primer libro de versos, Sonetos —género que no dejaría ya de cultivar nunca—, al que siguieron Beatrice (1863) y Odas Modernas (1865). Esta primera época de la producción de Antero está muy influida por la filosofía de Hegel, el socialismo utópico de Proudhon, y la lectura de las poesías de Hugo y Lamartine.

Tras hacer sendos viajes a París (1866) y EE.UU. (1869), De Quental se trasladó a Lisboa, donde fundó, junto con Teófilo Braga y Eça de Queirós el grupo "Cenáculo". Igual que su contemporáneo Mainländer, Antero se sintió preocupado por la cuestión social y las condiciones laborales de los trabajadores, lo que le llevó a crear en 1872 la sección portuguesa de la Asociación Internacional de Trabajadores, y a presentarse como candidato socialista al parlamento.

Entre 1873 y 1874 se inicia la segunda etapa de su pensamiento y creación literaria: recibe la herencia paterna, que le permite vivir sin apuros económicos, pero también comienzan a manifestarse los síntomas de un profundo desequilibrio psicosomático, con episodios de aguda melancolía, que le llevan a no comer y a caer en un estado de gran debilidad. El malestar neurasténico le induce a De Quental a visitar a diversos doctores (entre ellos, Charcot), sin resultados. El fracaso terapéutico le llevara a Antero a sentir vivos deseos de poner fin a su vida, para poner fin a sus sufrimientos. En una carta a su amigo Oliveira Martins le confiesa que se siente como un "moribundo hipotético", cansado de todo, que “no sabe si quiere vivir o morir", aunque por esta época todo apunta a que Antero no se plantea aún seriamente la idea del suicidio:

"Al final, la vida se reduce a poco y vale poco. Por lo que a mí respecta, daría la mía completamente por concluida; pero la naturaleza no me permite algo tan refinado como el suicidio, que repugna a mi sentimiento moral. Me dejo ir viviendo, pues, sin saber bien por qué ni para qué." (Carta a su amigo Germano Vieira de Meireles, citada por el profesor Joaquim de Carvalho en: "Morte e imanência no pensamento de Antero de Quental" (cf.: joaquimdecarvalho.org)).

Por entonces, Antero —lo mismo que Mainländer— renuncia a cualquier creencia religiosa trascendente, y elabora una filosofía de la inmanencia de todo acontecer, tanto físico como humano, entendiendo la muerte como un componente más del desarrollo del universo. Se trata de una concepción muy influida por la lectura que hace Antero de los Capítulos V y VI ("L'homme en face de la mort") del libro de Proudhon De la Justice dans la Révolution et dans l'Église.

En estos pasajes, Proudhon considera la muerte como "la consumación de nuestro ser", por lo que hay que aspirar a ella con entusiasmo: la muerte es "el acto supremo de la existencia”, siempre que esté vinculada al amor y a la creación; porque dicha creatividad es lo que otorga inmortalidad al ser humano:

"Producir una idea, un libro, un poema, una máquina, en una palabra: hacer, como dicen los expertos en un oficio, una obra maestra. Servir a nuestro país y a la Humanidad; salvar la vida de un hombre, realizar una buena acción, reparar una injusticia, (...): todo esto es engendrar; es reproducirse en la vida social, igual que ser padre es reproducirse en la vida orgánica; yo diría, casi —si pudiese hablar de este modo—, hacerse partícipe de la Divinidad. El destino del hombre es dispensarse todo entero para su progenie, natural y espiritual, y esto no solo en el acto generador, sino en la iniciación por el trabajo que lo complementa. Y esta dispensa que él hace de su ser y de su gloria es su beatitud, su inmortalidad. He aquí lo que es la muerte: el acto de amor final de la criatura llegada a la plenitud de la existencia física, intelectual y moral, rindiendo su alma en su beso paternal. En resumen: la vida humana alcanza su plenitud: ella está madura para el cielo, como dice Massillon, cuando ha satisfecho las siguientes condiciones:

1. Amor, paternidad, familia: extensión y perpetuación del ser por la generación carnal, o reproducción del sujeto en cuerpo y alma, persona y voluntad;

2. Trabajo, o generación industrial, extensión y perpetuación del ser por su acción sobre la naturaleza. (...) Porque el hombre tiene también un amor por la naturaleza; se une a ella y de esta unión fecunda sale una generación de un nuevo orden;

3. Comunión social o justicia: participación en la vida colectiva y en el progreso de la Humanidad."

Todo esto conduce a Proudhon a hacer una verdadera alabanza de la buena muerte o eutanasia:

"¡Oh, muerte! Primogénita de los amores, siempre virgen y siempre fecunda (...) ¿podrías hacerme temblar? ¿No eres tú la que adoro, en el amor y la amistad, y en la que medito en la verdad eterna? ¿No eres tú, en fin, a quien he elevado un templo en mi alma, y a la que no ceso de invocar, Justicia soberana?

Si vienes hoy, estoy presto: amo a los míos y soy amado por ellos; he luchado bien, bonum certamen certavi; y si bien es cierto que he cometido errores, al menos no he desesperado de la virtud. (...) He comenzado mi testamento, que otros acabarán, y tengo una firme confianza en que cualquiera que lo haya leído comprenderá su fuerte palabra, que no es de servidumbre para aquel que ha hecho un pacto con la muerte. Si vienes mañana, estaré mejor preparado aún, y haré todavía más: te abrazaré con más ardiente efusión; y si tardas diez años en llegar, partiré como si fuese al triunfo.

¡Oh, muerte, tanto tiempo calumniada, y que no es terrible más que para los malvados, únicos dignos de ser llamados inmortales: ¿no serás tú el enigma fatídico cuya palabra ha de hacer que se desvanezca la esfinge de las religiones, librando a la humanidad de sus terrores? Tú no me has dicho todo aún; guardas para mí más de un secreto: enséñame y volveré a decirte tu palabra, y todas las naciones confesarán que tú eres el único Cristo, vivo y verdadero." (De la Justice dans la Révolution et dans l'Église, Garnier, 1858, Cinquième Étude, De l'Éducation, Caps. V-VI (pp. 1-137).

Basándose en estas reflexiones de Proudhon, De Quental pergeña su "filosofía o metafísica de la muerte": afirma que el carácter finito y mortal del hombre, le hace capaz de progreso; la muerte, que es la objetivación de la conciencia de finitud, es la base de la vida: los seres finitos e imperfectos excluyen lo absoluto y la perfección: por eso, la muerte es una necesidad metafísica para su proyección hacia lo ideal: "La muerte -dice Antero- no es más que la manifestación física de esta necesidad metafísica."

Joaquim de Carvalho señala que, propiamente, Antero no dice en qué consiste el ser de la muerte; acentúa solamente su carácter metafísicamente necesario, por constituir ontológicamente una integración del ser individual, y por eso limitado, en la totalidad del ser. El individuo no es un ser en sí ni para sí, y su destino se realiza en el ser total, por la cesación de las notas singulares que constituyen su individualidad, siendo la comprensión de este sentido y de esta necesidad metafísica lo que da significado conceptual a los sonetos V y VI del "Elogio de la muerte":

"¿Qué nombre habré de darte, en un paraje

umbroso del camino vislumbrada,

al desmayar el alma, ya postrada,

por el tedio y cansancio del viaje?

La turba lee en tus ojos un mensaje

que al punto la hace huir horrorizada...

mas yo confío en ti, sombra velada,

y creo que comprendo tu lenguaje...

¨Más claros día a día veo escritos

en tus ojos los lemas del Ideal

que refulgen profundos, infinitos...

Me dormiré en tu seno inalterable,

comulgando en la paz universal,

¡Muerte liberadora, inviolable!"

*

"Sólo quien tiembla ante el No-Ser se asusta

de tu vasto silencio tumulario,

noche sin fin, espacio solitario,

oh noche oscura de la Muerte augusta...

Mas no mi alma sencilla, aunque robusta,

que entra, creyente, en tu atrio funerario;

para otros eres hueco cinerario

y para mí sonrisa en faz adusta.

Me seduce la paz santa, inefable,

impar silencio de lo Inalterable,

que viste eterno amor de eterno luto.

Tal vez sea pecado ir a buscarte,

mas no soñar contiguo y adorarte,

No-Ser, único Ser, Ser absoluto

[Não-ser, que és o Ser único absoluto]."

(Antero de Quental, Sonetos selectos, Trad. de José Antonio Llardent, Visor, Madrid, 1998, pp. 58-61).

Con esta disposición mental, no parece extraño que Antero comenzase a interesarse por el budismo, la filosofía de Schopenhauer (que debió de conocer tangencialmente) y, sobre todo, por el pensamiento de Eduard von Hartmann. El sombrío pesimismo de estas lecturas comenzará a teñir cada vez sus composiciones poéticas, que muestran un talante sombrío y apesadumbrado.

Antero tratará de encontrar en Eduard von Hartmann una fundamentación de su pesimismo vital. Inicialmente, la influencia se produjo de manera indirecta, y no a través de la lectura de los escritos originales del autor de la Filosofía del inconsciente (1869). Parece que hacia 1872, Antero de Quental había leído el artículo de Léon Dumont "Une philosophie nouvelle en Allemagne. Édouard de Hartmann et la théorie de l'Inconscient", publicado en la Revue Scientifique de la France et de l'étranger (Revue des Cours scientifiques, 2ª Serie, 1872). También tuvieron especial influjo sobre De Quental el libro de A. Taubert Der Pessimismus und seine Gegner (1873), y el volumen de Moritz Venetianer Der Allgeist. Grundzüge der Panpsychismus im Anschluß an die Philosophie des Unbewußten (1874).

Es por entonces cuando escribe el soneto Nirvana, dedicado a Guerra Junqueiro:

"Allende el Universo luminoso,

pleno de formas y rumor, de vida

en fuerzas y deseos embebida,

se abre como un vacío tenebroso.

La ola de ese mar tumultuoso

llega y expira allí, desvanecida...

Y en una gran quietud indefinida

allí termina el ser, inerte, ocioso...

Y cuando el pensamiento así abstraído,

y de ese mundo muerto desprendido,

vuelve a mirar las cosas naturales

a la luz de una vida ilimitada,

sólo con tedio capta en su mirada

la ilusión y el vacío universales."

(Antero de Quental, Op. Cit., pp. 32-33.)

El conocimiento directo de los libros de Von Hartmann se produjo entre 1876 y 1878. Sabemos que el 13 de mayo de 1876 Antero ha leído La Religion de l'Avenir, el primer libro de Von Hartmann completamente traducido al francés. En el ámbito de la filosofía de la religión, Antero, igual que von Hartmann, va a sostener que la única religión posible en el futuro habrá de ser un panteísmo, o un monismo panteísta, un monoteísmo inmanente impersonal. Este concepto inmanentista de la religión se proyectará sobre el soneto Trascendentalismo, escrito en 1876, y dedicado a J. P. Oliveira Martins:

"Después de recorrer dura jornada

ha encontrado paz mi corazón.

Por fin reconocí que vanas son

ganancias que la Suerte dio rogada.

Penetrando, con frente preocupada,

al sagrario que guarda la Ilusión,

dolor halle tan sólo y confusión,

polvorienta tiniebla en torno a nada.

No es el vasto Mundo, por inmenso

que nos parezca en plena juventud,

donde cabe saciar deseo intenso...

Tan sólo en la región de lo intangible,

en la desierta soledad sin luz,

vuela libre el espíritu impasible."

(Ibid., pp. 42-43.)

En 1877 lee Antero la traducción francesa, recién publicada, de la Filosofia del inconsciente, cuya influencia se detecta en los sonetos Lo que dice la Muerte, Elogio de la Muerte, El Inconsciente y Los Vencidos:

"LO QUE DICE LA MUERTE

'Dejad venir a mí a los que lucharon;

dejad venir a mí a los que padecen,

y a aquellos que con tedio contemplaron

sus vanas obras, y las escarnecen.

En mí dolores que os acibararon,

Duda, Pasión y Mal, se desvanecen.

Torrentes de aflicción que no cejaron,

en mí, como en el mar desaparecen.'

La Muerte ha hablado así. Verbo velado

y silencioso intérprete sagrado

de todo lo invisible. Muda y fría.

Pero es en su mudez más retumbante

que el clamoroso mar, más rutilante

desde su noche que la luz del día."

*

"ELOGIO DE LA MUERTE

Morir es ser iniciado.

ANTOLOGÍA GRIEGA

La noche reina oscura: el Inconsciente

me agita de temor, y desvelado

mi corazón, tan firme, de repente

detiene su latir, anonadado. (...)

¿Qué místicos deseos me enloquecen?

Del Nirvana las simas aparecen

a mi vista, en la muda inmensidad.

Y en este caminar por el vacío

tu abrazo, Muerte, solamente ansío,

¡oh hermana del Amor y la Verdad!

¡(...) única Beatriz consoladora!"

(Ibid., pp. 48-55.)

En estas composiciones poéticas aparece el Inconsciente como fuerza creadora, a la vez que Antero hace referencia expresa a la ausencia de consciencia en Dios:

"EL INCONSCIENTE

Anda un espectro familiar conmigo

sin que alcance a entrever su rostro y gesto.

al que unos días a enfrentar me apresto

y otros muchos, ansioso, acecho y sigo:

antiguo y mudo espectro, es un testigo

que no parece a conversar dispuesto...

Ante ese bulto ascético y compuesto

mil veces abro el labio... y nada digo.

Osé sólo una vez, emocionado,

'¿Quién eres —preguntar muy excitado—.

oh fantasma a quien odio y a quien amo?'

‘Hace siglos —me dijo— tus hermanos

me denominan Dios, siempre tan vanos...

Mas yo por mí no sé cómo me llamo..."

(Ibid., pp. 62-63.)

En su artículo "Sobre a origem da conceçao da inconsciência de Deus en Antero de Quental", Joaquim de Carvalho sugiere que Antero propone un concepto de Dios como Inconsciente, que, además de recoger ideas de Eduard von Hartmann, también recibe influencias de Plotino (Eneada VI, 9, 6), Spinoza y Escoto Erígena, según el cual "Deus itque nescit se, qua non es quid": Dios se ignora a sí mismo, porque cualquier definición es siempre una limitación, y Dios es un ser infinito, que está por encima de nuestro pensamiento. Igual que Spinoza, Antero lo concibe como una sustancia, de la que hay que negar una personalidad, en sentido antropomorfico; y siguiendo también a Spinoza, repudia de Dios los atributos de consciencia, memoria, sentimiento y pensamiento, que están ligados al sistema nervioso: para Antero, como para E. von Hartmann, Dios es un "espíritu inconsciente e impersonal"; en este sentido, Antero rechaza el concepto tradicional de "Divinidad":

"DIVINA COMEDIA (Al Dr. José Falcão)

Con los brazos alzados al distante

Cielo, apostrofan a los invisibles

dioses los hombres: 'Dioses impasibles,

a cuyos pies está el hado triunfante,

¿por qué nos disteis vida? El incesante

tiempo genera sólo inextinguibles

pecados, ilusión, luchas terribles,

en torbellino cruel y delirante...

¿Mejor no fuera que en la paz clemente

de la nada y de aquello que aún no existe

hubiéramos dormido eternamente?

¿Por qué para el dolor nos evocasteis?'

Y responden los dioses, con voz triste:

'¿Por qué vosotros, hombres, nos creasteis?'"

(Ibid., pp. 64-65.)

Asimismo, en el poema Los Vencidos, alude Antero a las posibles formas de ilusión de felicidad que atraviesa la humanidad, según Von Hartmann: la felicidad alcanzable en el presente, en la vida ultraterrena, y en la humanidad, al término del progreso, mostrando cómo cada una de esas tres formas produce una determinada especie de desilusión: la existencia real es nula, la vida futura una quimera y la conquista de la felicidad mediante el progreso un sentimiento estéril y un valor al que debe renunciarse.

Admitiendo que existe una evolución que abarca todo lo existente, como Von Hartmann, Antero, igual que el filósofo germano, entiende que dicha evolución es, más bien, una involución que tiende hacia el vacío, donde se encuentra la anhelada libertad:

"EVOLUCIÓN (A Santos Valente)

Una roca fui en tiempos sin testigo

y rama de una incógnita floresta,

así como en el mar ola que asesta

la fuerza en el granito, su enemigo...

Rugí, fiera tal vez, buscando abrigo

en la cueva que oculta la ginesta;

o, monstruo primitivo, erguí la testa

en pantano limoso o prado amigo...

Hoy soy humano, y en la sombra enorme

veo a mis pies la escala multiforme

que baja, en espiral, la inmensidad...

Pregunto al infinito, a veces lloro...

Mas, palpando el vacío, sólo adoro

y ansío, nada más, la libertad."

(Ibid., pp. 86-87)

Una libertad, que, al modo de Mainländer —de quien es casi seguro que no tuvo Antero noticia alguna—, De Quental concibe como redención:

"REDENCIÓN (A doña Celeste C. B. R.)

"¡Voz del mar, de los árboles, del viento!

Cuando a veces, en sueño doloroso,

me arrulla vuestro canto poderoso

al mío juzgo igual vuestro tormento...

Verbo crepuscular e íntimo aliento

de cosas mudas; salmo misterioso,

¿no serás tú, quejido vaporoso,

el suspiro del Mundo y su lamento?

Vive un espíritu en la inmensidad:

es un anhelo cruel de libertad

que perturba a la formas fugitivas.

Mas yo comprendo vuestra lengua extraña,

voces de mar, de selva y de montaña...,

hermanas de mi alma, ¡almas cautivas! (...)

Almas del limbo aún de la existencia,

despertaréis un día en la Conciencia,

y en lo alto, ya puro pensamiento,

veréis las Formas, hijas de Ilusión,

deshacerse cual vana ensoñación...

Y acabará, por fin, vuestro tormento."

(Ibid., pp. 88-91).

Buscando la ansiada libertad redentora, Antero abandonó en 1881 la vida pública y se retira a Vila do Conde, donde llevará una vida apartada, dedicada a la lectura, al estudio filosófico y la creación poética. Pero su malestar existencial no remitió. Desesperado, se embarcó en 1891 hacia Punta Delgada, buscando sosiego en su patria chica. Allí puso fin a su vida el 11 de septiembre de ese mismo años —como hiciera quince años antes Mainländer—, disparándose dos tiros de revólver, en el jardín de un convento, ante un letrero que rezaba "Esperança".

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